lunes, 13 enero 2025
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Escrito en una servilleta: A las 5 de la tarde

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"El espectro de los mártires repatriados a la memoria del pueblo pasa frente a ella, a las 5 de la tarde": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda.

No podía ser, y sin embargo lo era. Esta ciudad era de mentira, y aun así era la vecindad donde me engañaba hasta el suicidio gramatical. Deambular distraído por el centro histórico y sus arqueológicas ruinas carentes de historia, un sábado sin sabatistas, siempre convocaba a los fantasmas errados, y entonces confundía todo en el imaginario para no morir de hastío, y eso me llevaba a confundir los días y las palabras y las cosas con sus antónimos, pues se liaban en una lógica del descubrimiento que no descubría nada.

Una tarde confundí una sonrisa pura con un fraude impuro que causó un efecto secundario en los glóbulos blancos de la cordura; confundí el sublime beso que el mendigo planta en la mejilla izquierda de los peatones, con el rasgar de uñas y dientes en las sienes. Una noche de hojarascas inescrupulosas que me tapaban la boca, confundí el amor con un orgasmo mercantil desenfrenado en las campiñas del pecho a flor de piel; el palco de las ilusiones pueriles de la ópera de París y su fantasma, con el escenario de la realidad de los hombres que purgaban el pecado de la amnesia; el gesto sin morbo de la Caperucita Roja, con la premonitoria lujuria del hombre-lobo.

Una tarde de diagnóstico médico reservado, sin invocar razones locas ni locuras cuerdas, los ojos se me pusieron grises de venérea vergüenza, como si vinieran de mirar los pasillos legislativos que gobernaban contra su soberano; el alma me sudó como perro callejero en el asfalto del mediodía, como si la pobre viniera de luchar, desarmada, contra la hiena verde del olvido vocinglero, o se hubiera ahorcado con los caracoles surrealistas que la nicotina dibuja en el territorio de la habitación de paso, solitaria y efímera, de la inspiración que, con la artritis de la nula inteligencia, inventa dragones voladores; como si la pobre viniera de escalar, a uña limpia, la tetera del diablo de los olvidados.

Pero todo ha vuelto al lugar donde debe estar hoy que lo celeste se trepó al cielo. Acá, cerca y amarrada: la lujuria pecuniaria, para que no se desboque en el nuevo funcionario; lo sublime y bello, al lado del pueblo; las muchachas, fuera del alcance de las manos de los tratantes de blancas de piel morena; los monstruos grotescos de Gramsci encarcelados, para que no asusten a la utopía; los cigarros en el cenicero de la deuda interna de los besos; los pies de Lady Godiva en la privacidad de la certeza bucal; las pastillas contra la apatía, en la mesita de noche; el jarabe para la tos de los malos pensamientos, siempre lleno; los barquitos de papel que transportan las buenas nuevas de la insurrección de las almas en las urnas, viento en popa; los libros de sociología que hablan de las mil y una noches de las dos grandes entre pobres, en la sección de historia medieval de la nueva biblioteca; el gallo mañanero que se levanta tarde, con un despertador ruidoso. Todo ha vuelto al lugar correcto en la ciudad, y esta tarde no sé si me desea con enjundia o sólo quiere toparse conmigo en el limbo de las cuatro paredes que le dan territorialidad a las 5 de la tarde.

Hoy, en el escritorio ordenado caóticamente: un poema de Roque habla de realidades ignoradas, de reinvenciones y, como fe de errata, de escuadroneros de la muerte que se hicieron políticos de profesión; Messi se va de Paris porque ya es mucho joder, y el fútbol se pone alegre porque lo alegra a él, su mejor socio; los diputados sin instrucción notoria quieren volver a las andadas porque se creen Premio Nobel de política honrada. Hoy, una cortina de humo opositora abraza la ciudad para volver al país de ayer; un poeta indigente tiembla de frío en la esquina de la muerte. Ella –la innombrable utopía que estaba enjaulada en el país-sangre- entra y sale de mi pecho cuando le da su puta gana; sube por la escalera de mis costillas como un gusano de seda que quiere cobijar a la Polaris, y el otoño no tiene coartadas drásticas para volver a traicionar a la primavera a las 5 de la tarde.

En la mesa, el café seduce a la leche tibia. En la ventana sin rostro, el carnaval de unos gatos en brama amenaza con invadir la biblioteca en la que oculto la metáfora inocua que, por tonta, cree ser el duende enamorado que deambula por una curvilínea cartografía humana en la que ríe, sueña, hace el amor y coge para sentirse libre de tirar la primera piedra a las 5 de la tarde.

Entonces, las dudas dejan de dudar: estas calles donde me confundía y confundía las cosas, a las 5 de la tarde, son mi casa; estas vecindades donde millones de inquilinos tenían pesadillas de inmovilidad social y ataque de niervos, son mi nueva casa y mi casa nueva. El espectro de los mártires repatriados a la memoria del pueblo pasa frente a ella, a las 5 de la tarde. Ya sé que a mi nueva casa la azotan los rayos cancerígenos del trasnochado que quiere repetir la historia de sangre y corrupción; la hacen vibrar los dicterios de la vendedora de moronga que desprecia el resultado de las encuestas de los que llevaron la cruz a cuestas durante treinta años… pero no se saldrá con la suya porque ya todo está en el lugar donde debe estar a las 5 de la tarde en punto.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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