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Escrito en una servilleta 2: El bloqueo

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Hay días de esos en los que el bloqueo impera, pero siempre renace la esperanza de construir, con los adobes de las palabras dulcitas, el hermoso país que abre nuestra alma al resplandor del cielo aquí en la tierra

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Por René Martínez Pineda

Hay días aciagos en los que uno amanece trunco de palabras que decodifiquen la realidad a imagen y semejanza de la poesía que es ofendida por los simplones con doctorados sospechosos acreditados con eyaculaciones precoces bajo la paz de un manzano infructuoso. Confieso que es una pasión hermosa ser escritor, aunque cause dolores de cabeza cuando ésta es un desierto inhóspito como el que plantaron los traidores del espacio cotidiano de los humildes, quienes son, digamos la verdad, los autores intelectuales de la literatura comprometida que hilvana alegorías de esperanza con la zozobra de los desesperanzados. El dolor de cabeza de los escritores es histórico y pletórico y pirofórico, y no se disipa con las tediosas pastillitas que chorrean acetaminofén cuando se suicidan en la lengua del doliente.

Hay días desvalidos en los que no puedo traspasar la estrecha puerta de la inspiración; hay días en que me cuesta escribir, ¡me cuesta tanto!, que parece un trabajo forzado. Y ahí estoy, pobrecito de mí, empujando la J para que sirva de tobogán de la imaginación que es capaz de inventar constelaciones uniendo los lunares de un cuerpo desnudo; ahí estoy, abriéndole las patitas a la A para que sea un arco del triunfo y me deje entrar, jubiloso, en el fascinante mundo del relato y el retrato sin máscara… pero -siempre hay un pero en la sopa- cuando somos víctimas de un bloqueo implacable -como el de hoy, que es sábado de gloria sólo por la mañana- los esfuerzos se difuminan en el árido territorio de la incapacidad gramatical.

Hay días de impotencia en los que las palabras son hurañas, inconquistables, brutas, y no acatan la convocatoria a la reunión en la oficina de la página en blanco para, después de establecido el quorum de las ideas, darle continuidad a la agenda de las ilusiones de lo no visto de las entrañas de los obrajes en los que, usando la tinta dorada extraída de un pájaro fugaz, la diosa de los pueblos insurrectos confeccionaba su ropa. Y ahí estoy, desconsolado en el bloqueo; ahí estoy, parado frente a mi ventana sin rostro agarrando a patadas a la T, arriándola al cubo de mi imaginación para que no cause terror en el territorio bloqueado… pero es inútil, ella me evade, se esconde, juega mica conmigo.

Hay días mutilados en los que las palabras, metáforas, y trasloques se corren, y entonces me quedo sin escribir. Ahí estoy haciendo del calor nocturno, provocado por imágenes inconfesables, tratando de montar la virgulilla en la N para que -¡eureka!- se convierta en Ñ, y yo tenga el ñeque para levantar del suelo a mi pueblo… pero la N no se deja, no quiere tener esa carga en su lomo; ahí estoy, temblando de frío sin la colcha de las palabras; tratando de hacer tibio el espacio del bloqueo criminal; tratando de construir palabras nuevas para un nuevo país que no podré ver por falta de cumpleaños, pero no importa porque sé que vencer el bloqueo es derribar el muro que impide llegar al país maravilloso en el que los niños se acuesten bien cenados.

Hay días tenebrosos, como hoy que la oscuridad me inunda, en los que me ahogo en el lago de azufre del bloqueo, pidiendo, por el amor de Dios, que me lancen el salvavidas de la inspiración. Hay días rudos e improductivos en los que soy un escritor desaparecido en la capucha de un bloqueo que parece no tener fin. Y ahí estoy, seduciendo a la F para que mute en una flor drástica, pero no cae rendida a los pies de mi sortilegio porque la fealdad no seduce; ahí estoy, tratando de lazar la L para poder ver los cráteres de la luna sin usar un telescopio con rayos X; ahí estoy bañando los gerundios, tildes y pleonasmos para llevarlos a la multitudinaria marcha contra el bloqueo, pues sé que, al ponerle fin a esa infamia, podré continuar con mi misión de darle fuerza a los cambios a fuerza de palabras vivas y públicas.

Hay días sordos, como hoy, en los que no se escucha mi ruego pidiendo que me lancen una cuerda de inspiración para salir del hoyo del bloqueo y pueda llegar al municipio de la inspiración llena de fetiches. Hay días pusilánimes en los que el bloqueo me impide extraer las palabras malas y dejar sólo las malas palabras; hay días en los que no puedo encarcelar la cacofonía delincuencial para desbloquear las calles de la inspiración y salir del naufragio en tierra firme; hay días que son noches en los que el bloqueo me impide escarbarme los sesos para desenterrar palabras y seducirlas para que lleguen, solitas, a mi página en blanco.

Hay días de esos en los que el bloqueo impera, pero siempre renace la esperanza de construir, con los adobes de las palabras dulcitas, el hermoso país que abre nuestra alma al resplandor del cielo aquí en la tierra. Hay días…

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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