Por René Martínez Pineda
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En los últimos cinco años -sin que los monstruos del pasado pueden impedirlo- El Salvador se ha convertido en el territorio del ajedrez político, y estamos dejando atrás, no sólo la narrativa de la historia desde los ojos de los victimarios presentes en ella (la historia oficial desde la academia y la infamia), sino también el ver al país como un tablero en el que, al reflejo, se juega a las damas de la corrupción y la impunidad. Eso es lo que está en el fondo del último discurso de Nayib, esa es la esencia de la nueva narrativa del ajedrez político que, con desenfado, usó la metáfora del “paso a paso” para no convertir la impaciencia en un argumento teórico, es decir, la lógica del movimiento a movimiento que, con pensamiento estratégico, tiene claro el desenlace final de la partida: reinventar el país a imagen y semejanza de las ilusiones y necesidades populares, poniéndole jaque mate a la vieja sociedad que, como dijo Gramsci, se niega a morir recurriendo, en el límite de la desesperación, a la “vivianada”.
Y es que, en el complejo tablero del ajedrez político que es el país, producto de la rebelión electoral de 2019 (y en el cual la oposición juega a las damas), la nueva narrativa, desde los ojos de las víctimas y los ausentes, es la “dama” poderosa que, en clave hegemónica, hace fluido el proceso político, económico, ideológico y sociocultural, para -rompiendo la doctrina oposicionista que, negando el daño causado al país, quiere que el pasado vuelva a pasar- conquistar el imaginario y construir, desde lo cotidiano, el poder cultural, en tanto premisa y base ineludible del poder político y de la memoria que se despoja de los olvidos que la nutren y, de esa forma, se relata lo que se está dando y está por darse, no lo dado, porque el objetivo es unir, informar, emocionar y movilizar a los sujetos sociales hacia un futuro construido desde el presente, o sea desde la hojarasca de las condiciones heredadas sin un testamento autenticado por el pueblo.
En ese sentido, el discurso de Nayib trascendió, con palabras sencillas, la repetitiva divulgación de unos valores patrios que, desde el propio 15 de septiembre de 1821, no mejoraron las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, ese hervidero de personas que -como poquiteros del añil y poquiteros del progreso social- protagonizó el movimiento más importante y más olvidado: el segundo grito de independencia, en 1814. Más bien se exaltó -con la “vivianada” como metáfora de la impunidad materializada en el comportamiento individual y colectivo- la historia que está en construcción en esta coyuntura de tiempo-limbo; la historia de las víctimas, la historia de los ausentes, la historia triunfante desde las ruinas de la gran historia frustrada: la utopía de un país socialmente justo en el que lo público sea mejor que lo privado, porque esa es la mejor de todas las fiestas cívicas posibles para quienes, arrastrados a la triste condición de súbditos, la democracia no iba más allá de unas elecciones llenas de promesas falsas y corruptos verdaderos, quienes, por oficio y beneficio, estuvieron escribiendo, durante dos siglos, la historia patria desde la epistemología de los victimarios, esos personajes oscuros que han sido los únicos sujetos presentes en las narrativas.
Ahora bien, la nueva narrativa -en un país que se está reinventando, desde sí mismo, tal cual estaba y está- es un relato cotidiano sui géneris producido por un liderazgo también sui generis, ya que no es la simple suma de sus partes (el paso a paso), sino que es el lienzo que le da contenido y sentido a la imagen del futuro; es el texto del contexto del reinvencionismo en función de edificar una identidad sociocultural compartida desde lo cotidiano que, históricamente, ha estado lleno de preocupaciones y de ilusiones que hoy, producto de la acumulación de fuerzas en silencio, se movilizan bajo la forma de recuperación de la ciudadanía, y recuperación del país, desde el territorio mundano del que, con mañas y armas, fueron expulsados por los jueces que idearon la expropiación de las tierras comunales; por la oligarquía que se adueñó de todo el país en un abrir y cerrar de fincas; por los por los políticos corruptos que empobrecieron a un país pobre; y por los delincuentes convertidos, a fuerza de un genocidio horizontal, en los funcionarios invisibles del Estado delincuencial en los treinta años que vivimos en peligro.
Un factor a resaltar en el discurso de Nayib, en tanto nueva narrativa política, es que pone en evidencia que se tiene claro que, para construir la hegemonía cultural desde los valores sociales, las palabras más potentes son las que se comprenden fácilmente con sólo usar el diccionario de la Real Academia de las necesidades diarias, esas necesidades que, por instinto, andan en busca de las ilusiones militantes que les permitan alcanzar un futuro prometedor sin promesas de por medio.