Independientemente de regocijos y frustraciones, de airados insultos y tendencias políticas, al iniciar sus funciones el nuevo gobierno del Presidente Nayib Bukele, es oportuno e importante plantear la añeja y nunca resuelta demanda del sector cultural del país, en el sentido de obtener verdadero apoyo e incentivos para que los creadores (poetas, escritores, pintores…) dediquen su tiempo a su obra, sin tener que recurrir a otros trabajos ajenos a su labor creativa.
Y es que el eterno problema del poeta, por ejemplo, dedicado al oficio de escribir para vivir en vez de vivir para escribir, es un fenómeno sociológico-cultural no privativo de El Salvador, pero que, por lo cercano del medio, permite centrarlo en el contexto vivencial y cotidiano nuestro, como un mal que ha sido, es y será insalvable, si no se le brinda pronto remedio.
Y algo también lamentable es la tradicional subestimación para quienes son trabajadores de la Cultura, sin que puedan, por lo mismo y desgraciadamente, realizarse y dedicarse a tan noble y edificante tarea. Este es, junto a otras variables no menos destructivas, el verdadero círculo inevitable de escribir para vivir en vez de vivir para escribir.
El 16 de junio de 1968, en mi columna periodística semanal que yo mantenía en un vespertino local, bajo el mismo titular “Escribir para vivir o vivir para escribir“, intentaba plantear y describir la realidad del escritor salvadoreño, quien, a pesar de lo delicado de su trabajo, no tiene alicientes como en otros países, que le permitan dedicarse sólo a su labor creativa, desentendiéndose de cualquier otro trabajo para una producción constante y sostenida.
Casos de casos. Mencionaba en mi columna el caso de Claudia Lars, la poeta de mayor renombre en el país, quien a su avanzada edad, continuó trabajando para obtener un modesto salario mensual que, a lo mejor, no correspondía a su desempeño intelectual, menos para la vida digna que su condición de renombrada poeta merecía. “Claudia Lars, como otros intelectuales reconocidos -decía yo en mi columna- debería dejar de escribir para vivir y vivir para escribir”.
Por ignorancia o malicia, hay subestimación casi generalizada hacia el ser y quehacer del poeta. Recuerdo un caso contra Claudia misma. En 1965, con su libro “Del fino amanecer” obtuvo el Primer Premio, compartido con el poeta español Rafael Guillén, en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quezaltenango, Guatemala. A su regreso, se dio una conferencia de prensa, para destacar el triunfo de Claudia y del país.
– ¿Dígame, Claudia, qué se siente ganar tres mil Quetzales por unos poemas…? -le preguntó un reporteo, descarnando su insensibilidad ofensiva y su ignorancia supina.
– Vea usted -respondió Claudia con la serenidad e hidalguía de un intelectual- Aquí a nadie sorprende que un constructor gane miles de colones por levantar un edificio; en cambio, causa asombro que un poeta gane tres mil quetzales por un libro de poemas… ¿acaso, éste no es trabajo también…? Y, además, trabajo sublime de seres privilegiados…
Mi columna concluía: “… Claudia continuó hasta su muerte con su labor burocrática, la cual, a pesar de todo, no fue obstáculo para desarrollar su admirable fecundidad en una maravillosa y abundante producción literaria, mercancía de Dios, que sin duda alguna pudo ser mayor, si se le hubiera permitido vivir solo para escribir…”.
Otro recuerdo de Claudia. Como Director de Información de la Asamblea Legislativa, en 1968, me toco coordinar la invitación y el acto de un reconocimiento económico a Claudia, Salarrué y Vicente Rosales y Rosales, poetas mayores de mediados del Siglo XX. El acto se realizaba en la presidencia, con presencia únicamente de los directivos y los homenajeados. De pronto, rompiendo el protocolo, abriendo de golpe la puerta principal entró el poeta Pedro Geoffroy Rivas, quien fuera mi primer Director en el periódico “Tribuna Libre” en 1964, y ante la sorpresa de todos y sin explicación alguna, abrazó uno a uno a los homenajeados, diciendo:
– Solo he venido a abrazar a mis hermanos mayores… porque, al fin, se les otorga un reconocimiento, aunque sea una migaja…
Sin decir más, el poeta Pedro salió frenético, tras un portazo y solo quedo en el ambiente el reclamo airado de un poeta valiente que, en dos palabras y con su abrazo solidario a los poetas mayores, dejó clara la denuncia y el reclamo por la tradicional manera oficial de reconocer la labor intelectual, con una cifra que era apenas simple cumplido.
Aquello fue entonces. Y sirva traerlo a cuento hoy, para dar vida al mismo reclamo/sugerencia de más atención a la Cultura -con esperanza de que ahora sí- al oído de los nuevos responsables del área cultural del país.