lunes, 2 diciembre 2024
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¿Es posible salvar al euro?

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La dirigencia polí­tica de toda la eurozona está entrando en un estado de parálisis: los ciudadanos quieren permanecer en la Unión Europea, pero también quieren el fin de la austeridad y el regreso de la prosperidad

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NUEVA YORK ““ Puede que el euro esté acercándose a otra crisis. Italia, tercera economí­a más grande de la eurozona, eligió un gobierno que, en el mejor de los casos, puede describirse como euroescéptico. No deberí­a sorprender a nadie. La reacción de Italia es otro episodio predecible (y predicho) en la larga saga de un sistema monetario mal diseñado, en el que la potencia dominante (Alemania) impide reformas necesarias e insiste en polí­ticas que agravan los problemas básicos, con una retórica aparentemente dirigida a inflamar pasiones.

A Italia le fue mal desde la creación del euro. Su PIB real (deflactado) en 2016 fue el mismo que en 2001. Pero tampoco le fue bien a la eurozona en conjunto. De 2008 a 2016, su PIB real sólo aumentó un 3% en total. En 2000, un año después de la introducción del euro, la economí­a de Estados Unidos era sólo 13% más grande que la de la eurozona; en 2016 era 26% más grande. Tras un crecimiento real cercano al 2,4% en 2017 (insuficiente para revertir el daño de un decenio de malos resultados), la economí­a de la eurozona comienza nuevamente a perder í­mpetu.

Si a un solo paí­s le va mal, la culpa es del paí­s; si les va mal a muchos, la culpa es del sistema. Y como explico en mi libro El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, el euro era un sistema prácticamente diseñado para fracasar: eliminó los principales mecanismos de ajuste de los gobiernos (tipos de interés y de cambio) y, en vez de crear instituciones nuevas que ayudaran a los paí­ses a enfrentar la diversidad de situaciones en que se encuentran, impuso nuevas restricciones (basadas a menudo en teorí­as económicas y polí­ticas desacreditadas) al déficit, a la deuda e incluso a las polí­ticas estructurales.

Supuestamente, el euro traerí­a prosperidad compartida, lo que afianzarí­a la solidaridad y promoverí­a el objetivo de integración europea. Pero en realidad, hizo exactamente lo contrario: frenó el crecimiento y sembró la discordia.

El problema no es falta de ideas sobre cómo seguir. El presidente francés Emmanuel Macron, en un discurso pronunciado en la Sorbona en septiembre pasado y otro en mayo al recibir el Premio Carlomagno por sus contribuciones a la unidad europea, articuló una visión clara para el futuro de Europa. Pero la canciller alemana Angela Merkel echó un balde de agua frí­a sobre sus propuestas, al sugerir, por ejemplo, sumas de dinero ridí­culamente pequeñas para áreas donde se necesitan inversiones con urgencia.

En mi libro, destaco la necesidad urgente de contar con un esquema compartido de garantí­a de depósitos para prevenir corridas contra los sistemas bancarios de los paí­ses débiles. Aunque Alemania parece consciente de que una unión bancaria es importante para el funcionamiento de una moneda única, su respuesta hasta ahora ha sido similar a la de San Agustí­n: “Oh, Señor, hazme casta, pero no todaví­a“. Al parecer, lo de la unión bancaria es una reforma para emprender en algún momento futuro, sin importar cuánto daño se haga en el presente.

El problema central de las uniones monetarias es cómo corregir desajustes cambiarios como el que ahora afecta a Italia. La respuesta de Alemania ha sido echar la carga sobre los paí­ses débiles, que ya sufren alto desempleo y bajas tasas de crecimiento. Y ya sabemos cómo termina: más dolor, más sufrimiento, más desempleo y menos crecimiento todaví­a. Incluso si en algún momento el crecimiento se recupera, el PIB nunca llega al nivel que hubiera alcanzado con una estrategia más sensata. La alternativa es trasladar una parte mayor del peso del ajuste a los paí­ses fuertes, que tienen salarios más altos y una demanda más sólida sostenida por programas de inversión pública.

Ya hemos visto muchas veces el primer y segundo acto de este drama. Un nuevo gobierno asume con promesas de negociar mejor con los alemanes para poner fin a la austeridad y diseñar un programa de reforma estructural más razonable. Si los alemanes ceden aunque sea un poco, igual no alcanza para cambiar el rumbo económico. El sentimiento antialemán aumenta, y cualquier gobierno (de centroizquierda o centroderecha) que insinúe la necesidad de hacer reformas pierde el poder. Avanzan los partidos antisistema, surge el estancamiento polí­tico.

La dirigencia polí­tica de toda la eurozona está entrando en un estado de parálisis: los ciudadanos quieren permanecer en la Unión Europea, pero también quieren el fin de la austeridad y el regreso de la prosperidad. Se les dice que no pueden tener ambas cosas. Esperando todaví­a un cambio de ideas en el norte de Europa, los gobiernos en problemas mantienen el rumbo, y el sufrimiento de sus pueblos aumenta.

La excepción es el gobierno socialista del primer ministro portugués António Costa, que llevó a su paí­s a un renovado crecimiento (2,7% en 2017) y alcanzó un alto nivel de popularidad (en abril de 2018, el 44% de los portugueses calificaba el desempeño del gobierno como superior a las expectativas).

Puede que Italia sea otra excepción, pero en un sentido muy diferente. Allí­ hay oposición al euro tanto desde la izquierda cuanto desde la derecha. Ahora que la ultraderechista Liga está en el poder, podrí­a ocurrir que su lí­der Matteo Salvini (un polí­tico experimentado) ponga realmente en práctica la clase de amenazas que en otros paí­ses los novatos tuvieron miedo de implementar. Italia es suficientemente grande, y tiene abundancia de economistas buenos y creativos, para manejar un abandono de facto del euro, con la institución en la práctica de un sistema bimonetario flexible, que tal vez ayude a restaurar la prosperidad. Irí­a contra las reglas del euro, pero la carga de un abandono de jure, con todas sus consecuencias, se trasladarí­a a Bruselas y Frankfurt; en tanto, Italia podrá contar con que la parálisis de la UE evite la ruptura final. Cualquiera sea el resultado, la eurozona quedará hecha pedazos.

Pero no tiene por qué ser así­. Alemania y otros paí­ses del norte de Europa pueden salvar al euro, si muestran más humanidad y más flexibilidad. Pero tras haber visto muchas veces los primeros actos de este drama, no confí­o en que vayan a cambiar el argumento.

Traducción: Esteban Flamini

Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula Globalization and its Discontents Revisited: Anti-Globalization in the Era of Trump [El malestar en la globalización revisitado: la antiglobalización en la era de Trump].

Copyright: Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.org

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Joseph E. Stiglitz
Joseph E. Stiglitz
Joseph Eugene Stiglitz es un economista y profesor estadounidense. Recibió la Medalla John Bates Clark y fue laureado con el Premio Nobel. Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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