Bill Clinton, en la campaña que lo llevó en 1992 a ganarle la elección a George Bush padre, resumió en una sola frase el error de la estrategia propagandística de su adversario: “¡Es la economía, estúpido!” Y, efectivamente, la debilidad del país en el rubro económico le pasó factura al entonces presidente de Estados Unidos y le impidió ganar la reelección, pese a sus éxitos en política exterior y su gran experiencia política, tras haber sido por ocho años vicepresidente de Ronald Reagan. La ventaja estratégica del candidato demócrata fue su adecuada percepción de lo que entonces la gente sentía y resentía. Consecuentemente, Clinton centró su campaña en el tema económico, el flanco débil de su rival.
Trasladando aquella experiencia a nuestro aquí y ahora, me atrevo a decir que, parecidamente, en su atinada percepción del sentir ciudadano reside el secreto de la gran ventaja que le lleva Nayib Bukele al resto de candidatos en la actual contienda eleccionaria. Remedando la frase de Clinton, Nayib bien pudiera decirles: ¡es la corrupción, estúpido!
Dos expresidentes derechistas señalados y enjuiciados por corrupción – Flores y Saca– y el primer mandatario izquierdista prófugo de la justicia y asilado en Nicaragua por el mismo motivo, más cantidad de escándalos por peculado, licitaciones amañadas, sobornos, sobresueldos y demás abusos: tenían que pasar factura al momento en que a este sufrido pueblo se le convoca a elecciones y se le quiere seducir para que entregue el voto a determinadas candidaturas.
Estaba en el ambiente repudiar a toda la clase política, equiparar izquierda con derecha, etiquetar a toda la élite política como “los mismos de siempre”. Sólo hacía falta que alguien recogiera ese sentir ciudadano, ese clamor popular, y lo convirtiera en eje de su campaña. El gane de Nayib expresa la derrota de sus adversarios, que se anularon a sí mismos con su torcida conducta.
Ahora prometen hacer lo que no hicieron en los diez o los veinte años que ya estuvieron en el poder. ¿Por qué habría que creerles? Dicen no tener vínculos con el pasado, pero representan a institutos partidarios que tienen dueños y que no cambiaron de dueños. Se equivocaron centrando su propaganda electoral en prometer más cosas. Antes prometieron y no cumplieron. Hoy nadie les cree.
Se dedican entonces a atacar al contrincante que representa lo nuevo, a quien proclama ser portador de “nuevas ideas”. Cuanto más lo denigran, más fuerza dan al argumento de que en el fondo son lo mismo y que por ello se unen contra él. Vuelven verosímil la imagen de Nayib como víctima. Si hay unanimidad en atacarlo será porque le tienen miedo. Le temen porque no se les somete.
Así de simple el “secreto” del apabullante triunfo que “el candidato golondrino” va camino de conseguir este 3 de febrero, según indican desde hace meses todas las encuestas serias. No es tanto mérito suyo como de este pueblo, que ya se cansó y está dispuesto a asumir el riesgo de saltar a lo impredecible.