El viejo adagio “nadie es profeta en su tierra” se echó al traste cuando Salvador Juárez esta mañana demuestra que él sí es poeta en su tierra. Celebramos que la literatura salvadoreña coloque en el sitial que le corresponde al escritor, poeta y humanista Salvador Antonio Juárez, a quien homenajeamos este día; sobre todo, el aporte que hace desde su obra literaria, que de forma magistral articula las angustias personales, las desgarraduras de la realidad cotidiana y la maravilla de la sobrevivencia en mundos insólitos desde la poesía; a través de la cual nos ayuda a mirarnos y construye su revolución desde el verso militante.
Conmemoramos el encuentro de un pasado, que representa la poesía modernista de Vicente Acosta, la pintura del realismo impresionista de Noé Canjura y la poesía familiar de su hermano Hildebrando Juárez. En este contexto, también es justo decir que Salvador Juárez representa el vaso comunicante entre el realismo socialista de Osvaldo Escobar Velado, el compromiso guerrillerista de Roque Dalton y la poesía de su generación, agrupado en los Cinco negritos.
El ámbito político, dentro de la ética del poeta Salvador Juárez, se edifica a partir de comprender la herencia del humanismo de Agustín Farabundo Martí, que alcanza una dimensión más cabal de solidaridad y lucha, al articularse con la posición política de Salvador Cayetano Carpio; quienes se convirtieron en los paradigmas de justicia social, que en el sentido estético de su vasta poesía, producen una mirada comprometida, que el poeta logró descifrar Al otro lado del espejo, en aquel lejano 1973 o, por medio de sus búsquedas personales, quince años después en Desenterramientos y otros temas libres. Poemarios que expresan de forma genuina una estética de nuevo tipo en la historia de la poesía salvadoreña.
En la excepcionalidad de su pensamiento, su alma de poeta se quedaría vacía, si no comprendiéramos que también es importante el ejemplo de justicia cristiana y denuncia profética que retoma de San Óscar Arnulfo Romero, quien a juicio de Salvador Juárez representa un gesto de Dios, del Dios de los pobres y de la justicia, con el que habla Chamba Juárez todos los días, porque nos ha permitido tenerlo aquí para hacer este reconocimiento público; pero también para testimoniar desde la fe y la poesía que cuando nos curamos el alma, también podemos curarnos el cuerpo.
Salvador Antonio Juárez Pérez, nombre completo según Actas Notariales de don Lorenzo López, Srio. Municipal, nació en Apopa, San Salvador, un 9 de marzo de 1946. Hijo de doña Jesús Sosa de Juárez, conocida por nosotros como “mamá Chus” y su padre don Salvador Antonio Juárez. Se reconoce de la estirpe de Hildebrando Juárez, poeta y uno de los periodistas más importantes de la generación comprometida, quien dedicó la mayor parte de su vida al oficio del periodismo, importante intelectual de la década de los setenta, crítico de arte y escritor comprometido con el cambio social, quien además viviera el exilio durante uno de los periodos más convulsos del siglo XX, igual que nuestro homenajeado.
El año de nacimiento de Salvador Juárez está signado por el desenlace de una serie de acontecimientos que dividen en dos la historia de El Salvador. El primer hecho que coincide es que nuestro país se encuentra en la transición del fin de la dictadura de Martínez y el inicio del estado moderno; además, en ese periodo el mundo atraviesa un episodio de agitaciones sociales y el advenimiento de expresiones culturales que estremecen la realidad.
En esos primeros meses, previos a tu nacimiento, se registran acontecimientos importantes en el mundo, que influyen en tu carta estelar. El 9 de febrero la Asamblea General de la ONU condena el régimen de Franco (en España) y prohíbe a ese país el ingreso en la organización. Ya días más cercanos, el 2 de marzo, en Vietnam del Norte, Ho Chi Minh es elegido primer ministro y, el 10 de ese mismo mes, en Italia por primera vez la mujer vota en las elecciones después de la Segunda Guerra.
Es 1946, mientras la niña Chus se preparaba para el alumbramiento de su hijo Salvador, en el mundo se reconocía con el premio Nobel de Literatura al gran filósofo y poeta Hermann Hesse, que a lo largo de su vida escribió aforismos como:
“Hay millones de facetas de la verdad, pero una sola verdad”.
“Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia”.
“La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz”.
Quien cabal auguraba el nacimiento de otro poeta de gran talante, aquí en Apopa, nuestro Salvador Juárez.
Otro ámbito que se relaciona con el año de nacimiento del poeta Juárez es el de la política y, aunque hubiese querido omitir este apartado, tengo que mencionar, que unos meses después de marzo, nacieron tres personajes controversiales de la historia, en junio el actual presidente de Estados Unidos Donald Trump, en julio George W. Bush y en agosto Bill Clinton. Traje estos datos no solo por curiosidades y coincidencias de la historia, sino porque Chamba Juárez nació primero y a lo mejor, ellos llegaron por eso de las casualidades envidiosas.
Para apaciguar el espíritu mundial y Salvador Juárez estuviera bien acompañado el año de su nacimiento, el destino le puso un poco de música, los meses se fueron tiñendo de canto con coraje y lucha por la justicia, pues nació la inigualable cantora del pueblo, la mexicana Amparo Ochoa y para cerrar ese año de pléyades en el cielo del arte, también nació el trovador cubano Silvio Rodríguez.
Las obras literarias de Salvador Juárez expresan su conocimiento sobre los poetas clásicos, los narradores legendarios, la cultura de la resistencia y el arte popular. Las disposiciones textuales de su obra recorren los orígenes de la épica prehispánica, el folklorismo de la sabiduría del pueblo y el lenguaje religioso cristiano católico, contenido en los intertextos bíblicos; así como la memoria eternizada en los libros de historia, que rescatan las gestas del pueblo salvadoreño, de quienes retoma la violencia del sarcasmo de cronista.
En el proceso elaborativo de creación de nuestro poeta encontramos construcciones poéticas a manera de ironía erótica, como estrategias discursivas que juega con los goces del placer y los sufrimientos del desamor; así como las formas de la antipoesía revolucionaria, que se sucedieron desde la estética de la literatura comprometida, testimonial y guerrillerista.
El escritor Salvador Juárez representa desde su voz, el elemento intergeneracional en la historia de la poesía salvadoreña. Es el poeta que une la tradición de la poesía realista, el vanguardismo irreverente y el compromiso trasgresor, frente a los poderes injustos contra el pueblo.
En aspectos puramente biográficos estamos frente a un poeta que examina los mundos de la poesía parnasiana, la anti poesía y la poesía conversacional; las cuales combina para tratar temas socioculturales. Salvador Juárez es el poeta que se las imagina para ser fiel con su razón de ser, que es el oficio de escribir. Trabaja para vivir y escribe para trabajar, dinámica que genera en su vida personal la producción literaria que testifica su desenfrenado interés por escribir y publicar sus trabajos, a pesar de las condiciones adversas por las que atraviesa la industria editorial y la producción literaria en El Salvador y en la región centroamericana.
Primero se descubrió en el poemario “Al otro lado del espejo“; después, desde la resistencia escribió “Tomo la palabra“; para describir el alma nacional en su libro “Puro guanaco“; hasta llegar al encuentro con su casa materna en el poemario “Desenterramientos y otros temas libres“; mientras la realidad lo interpelaba, se reveló en “Sin oficio ni beneficio“; cuando aparece el espíritu nerudiano, que Salvador Juárez los parodia en su trabajo “Veinte poemas de rigor y una canción desperdigada“; porque frente a la constante amenaza que le produce la angustia, le tocó responderle con su “Testamento inconcluso“; ya que las obsesiones existenciales continuaron apareciendo en sus insomnios, tuvo que carnavalizar el tema de la muerte en “Camino al copinol, estaciones“.
Así, entre la angustiosa soledad del alma de poeta, aparece la serenidad heredada por Rubén Darío y se escribe “Mi libro azul“, como una forma de aproximarse al cielo modernista. El surrealismo y la indignación por los hechos de la posguerra, lo llevaron a idearse la alegoría del poemario “En el túnel“; el cual se complementa con el desencanto político, que le produce el arribo al poder de la izquierda institucional en el 2009, a los cuales les responde con su libro “¿Y quién dijo silencio?“; para cerrar esta serie con “Impronta final“.
La indignación de Salvador Juárez frente a la política tradicional y las conductas de los políticos de los últimos años, le provoca experimentar en otros géneros literarios, como el ensayo creativo y con su sarcasmo particular publica una serie de libros como “El tigre bisco (Ensayos contra el descompromiso)“, “El intelectual, la cultura y otros changarros” y “Los chuchulucos de la ideología y otros cambalaches“, construyendo una especie de manifiesto desde la resistencia, la denuncia y la ética revolucionaria, que en la práctica habían abandonado los principios de la justicia social, la solidaridad y el humanismo crítico.
La combinación del trabajo de poeta del pueblo, la formación autodidacta y la creación estética producen el dominio de la invención en la técnica. El poeta tiene la habilidad de integrar la cruel realidad social, el lenguaje de la violencia del presente, la podredumbre institucional y las cicatrices de una guerra de exterminio que trasciende lo político y la sobrevivencia.
A diferencia de la poesía tradicional, que guarda silencio frente a ese mundo degradado, y se pondera la figura de un yo lírico, ilustrado y elitista; surge el hablante lírico en la poesía de Salvador Juárez que se enfrenta a esa sociedad que reproduce la injusticia, la indiferencia y la corrupción. En los libros publicados más recientemente, el poeta y el ensayista que debería representar el cinismo indolente y la indiferencia, resiste frente a todos los poderes institucionales, en un mundo perverso por el designio del supuesto fin de las ideologías.
Por esa razón, las nuevas generaciones de salvadoreños debemos estar agradecidos con los aportes de Salvador Juárez; pero al mismo tiempo debemos reconocerlo como hombre ejemplar; que se antepuso a las adversidades de la tentación de los vicios, el egoísmo elitista y las mieles que ofrece la vida cómoda.
Entonces, mientras el calor de la mañana agobiaba al trio de conversadores, ahí cerquita de la esquina, al final de la Avenida Vicente Blanco, saltó una voz: -Honor a quien honor merece! dijo Chepe pijorria.
-bueeeno, le respondió Toño manguera; pero este Chamba caleta debe reconocer, que en este caso, sin nosotros, la poesía salvadoreña no serían igual.
Hacia la libertad por la cultura
Apopa, domingo 28 de Julio de 2019