Por Nelson López Rojas.
Nos falta sentido común en los aspectos más simples de la vida diaria, y no hay mejor ejemplo que el caos en nuestras calles. Gestores de tránsito sin formación se convierten en pequeños dictadores, ignorando semáforos y creando embotellamientos peores de los que intentan solucionar. ¿Te has preguntado cuánto tiempo de tu vida se pierde en atascos inútiles?
Pero el problema va más allá del tráfico. En múltiples ámbitos nos quedamos atrapados en la cruz-calle de la vida, sin darnos cuenta de que también somos parte del problema. Lo vemos en los vigilantes de colonias y centros comerciales, quienes, con un uniforme y un arma, se sienten con derecho a humillar a los demás. Dales un poquito de poder y pierden la cabeza, en psicología, esto se llama “power trip”: el abuso de autoridad por el simple placer de ejercerla. ¿Y a quién culpar? Algunos dirán que solo siguen órdenes, pero como bien dijo Monseñor Romero, una orden tirana no se sigue.
Esta cultura del abuso se extiende a los espacios de trabajo, donde jefes exprimen a sus empleados hasta la última gota, reduciendo el salario emocional a nada. La moral cae, el miedo al despido es constante y muchos renuncian sin un plan, simplemente porque el abuso ya es insoportable.
El atropello no termina ahí. Estacionar en el centro cuesta $2 por hora, bajo la excusa de que “si tenés pisto para andar en carro, podés pagar”, pero no se trata solo de dinero, sino de respeto al consumidor y de la falta de opciones municipales razonables. Lo mismo ocurre con agentes de tránsito que multan sin criterio, sin importar si alguien dejó el carro mal estacionado porque llevaba a su hijo enfermo al hospital. No es falta de ley, es falta de humanidad.
Luego está la mentalidad de los “hermanos lejanos” que vienen de la USA y sienten la necesidad de demostrar que les ha ido bien. Alquilan aquellas camionetonas, pagan sin parpadear tarifas excesivas de parqueo y llevan a la familia entera a comer sorbetes de marca a $5 cada uno. Por supuesto, sus intenciones son nobles, pero generan expectativas insostenibles. Los familiares que antes se conformaban con un helado de carretón de $0.50, ahora desean el de $5. ¿Y qué pasa cuando el hermano lejano se regresa? Nace la frustración, el “por qué él tiene y yo no”, la sensación de víctima, de carencia, el deseo de irse también “pal norte”.
Nos falta sentido común para no quedarnos atrapados en esta espiral, en la cruz-calle de la vida. Urge entender que ser auténticos es más importante que ser perfectos, y que la libertad comienza cuando dejamos de obedecer ciegamente y aprendemos a cuestionar con inteligencia. Pero claro, eso implica enseñarles a pensar, a debatir, a no temer el cuestionamiento ni aceptar respuestas simplistas de “porque sí”. Y quizá, solo quizá, si logramos cambiar esa mentalidad, podríamos empezar a construir un futuro más equitativo y tolerante.