Que los políticos deben tener una buena formación académica nos recuerda que hay un vínculo orgánico entre el conocimiento y la gestión de los asuntos públicos. Al presidente de una república, por lo tanto, se le exige que conozca muy bien algún aspecto técnico de la administración gubernamental. Ninguna figura presidencial, sin embargo, domina todos los saberes que hacen falta para dirigir un gobierno (si el Presidente es médico, lo más probable es que no conozca los aspectos jurídicos de la gestión pública o si es ingeniero, quizás ignore los aspectos más sutiles de la administración fiscal). Ningún Presidente domina todos los saberes que hacen falta para conducir un estado, de ahí que se apoye en consejos de asesores y que delegue, dentro de una división racional del trabajo, la dirección de las áreas particulares del gobierno en figuras especializadas en diferentes campos: economistas, abogados, ingenieros, administradores, politólogos, etcétera.
Que un presidente sea licenciado es necesario, pero no suficiente. Más importante quizás sea que esté rodeado por un buen equipo de asesores y que cuente con el respaldo de una organización empeñada en realizar un sólido programa de gobierno.
Aquí tenemos otra dimensión del asunto: de qué sirve un “equipo cualificado de especialistas” en el gobierno, si más allá de las promesas electorales, las medidas políticas concretas que proponen no son viables o son lesivas para los intereses de la mayoría de los ciudadanos. Hay muchos doctores en economía cuya idea más brillante es la de privatizar. Hay muchos doctores en economía cuya segunda idea más brillante es recortar el gasto público. A los expertos hay que exigirles que expliquen cuál es su programa y con cuáles herramientas piensan realizarlo.
Damos por supuesto que el ejercicio de la política reclama un saber, pero hay que plantearse qué tipo de saber exige. Hasta el momento, en nuestro país, la mayoría de las organizaciones se dedican a importar teorías y mucho menos a producir el conocimiento que resulta del encuentro de tales teorías con nuestra realidad. La experiencia singular se cuela y se pierde entre los agujeros de las redes teóricas que unos y otros utilizan como principios doctrinales que apenas son sometidos al escrutinio de los hechos. Y esto que digo afecta por igual a la izquierda y a la derecha.
Vivimos actualmente una situación de crisis y emergencia (la alta tasa de desempleo, los bajos salarios, la desigualdad social rampante, los altos índices de asesinatos, etcétera) que confirma los sucesivos fracasos de las políticas implementadas por los gobiernos de Arena y el FMLN durante esta trágica posguerra. Ni la derecha ni la izquierda han hecho un balance de sus errores y su impotencia. Sus errores en algunos casos han sido horrores éticos.
Nuestros políticos necesitan un saber, pero no un saber abstracto ni meramente técnico. Necesitan un saber que incorpore un balance crítico de los últimos veinticinco años de “democracia” en El Salvador. Y exigiéndoles más, hace falta que dicho saber se distancie de los criterios ya gastados e implemente soluciones creativas para los problemas estratégicos de nuestra sociedad.