lunes, 15 abril 2024

El ritual de vestirse

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Se probó mallas de algodón y licra, treinta minutos frente al espejo fueron insuficientes para observarse desde todos los ángulos, se vio pliegues y abultamientos, formas que a cualquier hombre o mujer le parecerían apetecibles, se cuestionó su derrière perfecto, se imaginó gorda muy a pesar de levitar con sus 49 kilogramos.

Las prendas cómodas suelen ser reveladoras, sobre todo las mallas que son la estampa de una segunda piel, de ellas nada se escapa, ni la pancita ni las estrías ni la celulitis ni las chaparreras, las mallas le quedaban muy bien como para que se las quitara contrariada, escogió entonces una minifalda y la dejó encima de la cama.

Vendría acelerado el segundo dilema: ¿tanga o culotte?, en Francia se anunció la muerte de esa pequeña pieza de tela tan deleitable para la adivinanza donde termina la espalda y tan propiciadora de comezones, se interrogó si le gustaría más tener el culo al aire o resaltar las caderas, al final prefirió ponerse unas bragas transparentes de corte brasileño.

Bendita lencería, invento trascendental en la historia de la humanidad, los vulgares la consideran las capas de una cebolla, los exquisitos un aliciente para descubrir el misterio. Ella tenía cajones enteros llenos de secretos de colores para cada humor y ocasión.

Siguió el rito, ¿sostenedor caza bobos o de media copa?, la gracia consiste en juntarlas y ver nacer los delirios, en ese precipicio se extraviaron tantos héroes que no volvieron a ser los mismos, la hipnosis de las tetas radica en alimentar a los bebés y otorgar delicias a quien las toque o las mire.

Eligió no usar sujetador, se miró de nuevo al espejo, sonrió satisfecha y continuó. ¿Qué se pondría arriba? ¿Camisa, top o algo más? El guardarropa de una mujer es como su alma, una suma de intimidades y la mar de intensidades.

Se puso una blusa strapless y minifalda, se sentía a gusto descalza, pero faltaba ese inmenso detalle que si no se selecciona bien estropea todo lo demás. Optó por unos zapatos de tacón con plataforma.

Se veía espléndida con el cuello y brazos desnudos, se peinó y maquilló moderadamente porque lo discreto siempre es elegante, se roció perfume para que lo oliera la brisa, cogió su cartera y se fue dueña del cosmos.

Es un placer verlas vestirse pero el placer es inconmensurable al desvestirlas. 

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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