La Cañada, ubicada en los filos montañosos que rodean Arcatao, era uno de los bastiones guerrilleros al comienzo de la guerra. La se le conocía como “la heroica Cañada” por la resistencia que los guerrilleros y civiles que habitaban el lugar enfrentaban las ofensivas militares.
El terreno para llegar a La Cañada era difícil y quebrado. Era un excelente dominio desde las alturas y estaba muy cerca de la Virtud, punto fronterizo de Honduras.
Muy cerca de La Cañada estaba la supuesta línea fronteriza entre El Salvador y Honduras. En broma, el padre de Merlin, un audaz guerrillero y fundador de las Fuerzas Especiales Selectas (FES), me decía: “Mire, yo vivo en El Salvador, pero voy a cagar a Honduras”¦” El señor tenía la casa en el lado salvadoreño y la letrina en el lado hondureño.
Muchos de los guerrilleros de entonces y de aquella zona eran “binacionales”. Hasta las tienditas vendían productos de los dos países.
En el hospitalito de campaña que había en La Cañada, una de sus responsables era Elena, una enfermera diligente y bonita. Era, junto a Teté, Neto y Tato (éstos dos los médicos), el alma del hospital.
Elena tenía una bebita de meses, cuando llegué gravemente herido. Alternaba el darle de mamar a su hijita, con la cura de los heridos o enfermos.
La bebé de Elena, como todo bebé, lloraba y lloraba cuando tenía hambre. Hasta que la madre le daba de mamar se calmaba.
Recuerdo que la bebita nos despertaba exactamente a la misma hora en todos los amaneceres que estuve en el hospital de La Cañada. Quizás eran las 4 y media o las 5 de la madrugada cuando la bebita de Elena comenzaba a llorar. Por eso le pusimos “el relojito”.
No recuerdo su nombre”¦ Recuerdo su llanto de reclamo, en ocasiones hasta enfurecido. Pero era nuestro relojito.
Para mí fue simbólico porque “el relojito” anunciaba el amanecer. En una guerra los amaneceres siempre son de esperanza, porque quien no amanece, está muerto”¦
Aquella bebé era, en todo aquel drama, símbolo de vida y de esperanza. Su llanto anunciaba eso: el amanecer.