Al final el resultado no fue extraño, ni impactante. Era algo que todos presentíamos aún si no quisiéramos aceptarlo a viva voz y con una canción en el corazón. Lo que fue impactante: las escalas y la velocidad. La ferocidad del viento que arraso con el techo de aquel sistema menguante. Impactante, que se diga hoy que el culpable no es la comandancia sino el soldado. Por eso, quiero referirme al soldado, y no a los comandantes, que de ellos se ocupa el pueblo.
El pueblo podrá ser injusto, inclusive mal agradecido, pero, difícilmente se equivoca. Sus acciones son el resultado, como los mercados, de señales procesadas colectivamente en ámbitos descentralizados. Proceden acorde con pautas racionales de conducta y conforme a trayectorias culturales e institucionales bien definidas. Este es el actuar de la conciencia en sí. El pueblo que sale a trabajar, que consume, que ríe y que llora, que pasa un tercio de su vida en el tráfico, que vuelve a su casa con su familia, que duerme, y que se repite. La rutina le impide pensar más allá de su programación, sabe lo que quiere y vota por partido, no por rostro.
Sin embargo, hay momentos de ruptura, momentos de rebelión y crítica, cuando lo racional no procede y entran en conflicto nuestras preconcepciones del humano con el humano en sí. Es en estas circunstancias, de crisis de lo racional, que no puede haber otra explicación que la dualidad intrínseca de la conciencia de la persona, y del pueblo que la contiene. Ahí es donde vemos el accionar de la conciencia para sí, esa conciencia que nos lleva a actuar al margen de nuestra programación: de nuestros valores, ideas del mundo, roles, héroes, mártires, etc. Cuando la gente simplemente “se voltea” y no hace lo que se supone que debería hacer.
Para esta elección las cúpulas de ambos partidos decidieron actuar acorde con lo que sabían que era la conciencia “en sí” del pueblo, de hecho, fundaron sus proyecciones sobre la premisa de que independientemente del candidato o el pasado de sus partidos la gente apoyaría incuestionablemente sus decisiones. La premisa estaba fundada en el llamado “voto duro” y la lealtad ganada con los programas de asistencia social. El error fatal no fue subestimar la habilidad en redes sociales del Presidente electo Bukele, el problema fue subestimar la capacidad de pensamiento autoconsciente del pueblo.
Lo tragicómico del caso es que las encuestas destacaron ese hecho con una precisión hasta este momento insólita. La gente estaba harta y en su hartazgo comenzaron a tener un dialogo interior. Ese dialogo interior, o bien, el uso de su autoconciencia les llevo a cuestionar el rol histórico de los partidos como agentes proxy de la capacidad de agencia colectiva de sus deseos y sueños como clases, grupos e individuos. Como pueblo desorganizado buscaron con fuerza una salida a la crisis de legitimidad en la que habían caído los partidos principales. Y en eso, que había comenzado como “chiflón”, ya habían desplegado sus alas aquellas golondrinas.
A fin de cuentas, como lo ha planteado Dagoberto Gutiérrez en otros momentos y en otros espacios, lo que hemos atestiguado es el hartazgo del pueblo y la reacción para sí de esa voluntad colectiva despedazando los rastros de legitimidad del antiguo orden. Pero, no hemos atestiguado el surgimiento de algo nuevo todavía, porque algo como esto ya había ocurrido; las crisis de legitimidad han sucedido varias veces y el “carpe díem” político se ha consumado con igual celeridad. Es por ello que, aún no procede ratificar la emergencia del mundo nuevo, ese mundo falta que nazca aun cuando ya vemos algunos dolores de ese parto.
En las ruinas del viejo mundo, quedamos en el intersticio, expectantes del amanecer prometido.