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El Profe creyó que lo fusilarí­an

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Después de torturarlo para que confesara que era un militar cubano que se hací­a pasar por un profesor universitario salvadoreño, que habí­a sido enviado por el gobierno cubano para hacer la revolución socialista en Chile, por la ví­a pací­fica o utilizando la ví­a armada,  lo devolvieron a su celda de castigo.  A los pocos minutos lo fueron a sacar, lo llevaron a un patio vací­o, le dijeron que se parara dando la espalda a un paredón, se escuchó una voz de mando, cinco soldados marcharon  hacia él, se formaron a unos cinco metros de distancia y apuntaron sus fusiles al pecho del Profe. El trató de mantener la compostura, levantó su frente, se encomendó a Dios y sintió que se estaba meando y cagando; se escuchó otra voz de mando y los soldados pusieron los fusiles en sus hombros y marcharon hacia una puerta de salida del patio. El Profe estaba confundido, paralizado con la espalda recostada en un muro, en un patio solitario.

En ese momento se abrió una puerta lateral que daba al patio y de allí­ salieron decenas de presos un poco sucios y barbados, pero con un estado de salud relativamente bueno. Unos ocho de esos presos se acercaron al Profe, le ayudaron a sentarse,  lo miraban con curiosidad, le hicieron algunas preguntas y luego dos de ellos lo reconocieron y lo abrazaron. El Profe rompió en llanto.

Lo llevaron arrastrado a una esquina del patio en donde hacia un poco de sombra, ya que en el resto del lugar el sol quemaba la piel (Arica se encuentra en el extremo norte del desierto de Atacama); a la hora del almuerzo le llevaron un plato sucio con comida (frijoles con riendas o tallarines) y un vaso de lámina lleno de té. Cuando llevaron a los presos a las celdas, los compañeros comunistas del Profe lo llevaron nuevamente arrastrado y lo sentaron a la par del agujero en donde los presos orinaban. Uno de los compañeros comunistas le pidió a un vigilante que se acercó a la celda, que le trajera un poco de agua, pero se negó argumentando que no estaba permitido.

Al dí­a siguiente ayudaron al Profe para que se bañara, todo con mucha prisa ya que sólo daban tres minutos para lavarse la cara y hacer las necesidades fisiológicas. Un compañero socialista que trabajaba en la misma universidad que el Profe, le prestó un pantalón, que su familia habí­a logrado hacerle llegar mediante los custodios. No obstante que lo habí­an bañado, el Profe todaví­a estaba hediondo, continúo ocupando su puesto a la par del agujero para orinar. Desde allí­ sólo lograba ver las caras de unos tres reos que estaban parados a su alrededor, no conoció a ninguno. Frecuentemente alguno de los reos empujaba a otro, por estar demasiado pegado a su cuerpo, ese movimiento se transmití­a debido al hacinamiento que habí­a en la celda y alguien se paraba en el Profe.

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Santiago Ruiz
Santiago Ruiz
Columnista Contrapunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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