Domina entre nosotros la imagen del poeta boquiabierto ante el espectáculo monumental de la vía lactea. Entre la noche estrellada y dicho sujeto boquiabierto solo existe el puente de una voz desnuda y básicamente anclada en un determinado panorama de lecturas estrictamente literarias.
Podemos cambiar el paisaje nocturno por el ámbito de un cuarto y reducir el flujo de los versos a las inflexiones de una voz ocupada en explorarse a sí misma, como el gato voluptuoso que lame su pelaje y nada más, eso es todo. Algo de esto hay en el primer Dalton.
En su trayectoria, Roque se alejó de ese ingenuo estar en sí mismo para alojar su voz en el poema como un punto de encuentro con otras voces, de ahí su dialogísmo ejemplificado en poemas como “La segura mano de dios”.
En esa búsqueda de la representación de otras voces y de voces en la historia, Dalton devino un poeta con intereses documentales. La figura del poeta que recaba documentos y los inserta en el juego de su creación nos distancia del poeta aposentado en los desnudos confines de su voz asombrada y boquiabierta ante el espectáculo de las estrellas o de la limpia geografía de una mujer desnuda.
El modelo de este poeta con intereses documentales, perdónenme la insistencia, no ha tenido seguidores en nuestra lírica ni durante la guerra ni después en la posguerra, lo que confirmaría mi aseveración de que la huella del Dalton más complejo apenas se detecta en la lírica salvadoreña posterior a 1975.
Y cuando hablamos del poeta documentalista no solo nos referimos a un poeta que trabaja creativamente con textos filosóficos e históricos, hablamos de un poeta que trabaja sus versos asumiendo de manera conciente un punto de vista filosófico e histórico.
El formalismo dogmático, el formalismo dundo, el formalismo amante de lo estrictamente literario, verá esto como una herejía y posiblemente lo sea, pero esta es una herejía cuyo ejercicio supone la concurrencia de diversos intereses intelectuales y un trabajo creativo afincado de manera conciente en el mundo de la intertextualidad.
No cualquiera, pues, está capacitado para perpetrar una herejía contra los géneros discursivos como las “Historias prohibidas del pulgarcito”.
De ahí que el alabado Dalton apenas haya tenido seguidores en lo que a la perpetración de estas herejías formales se refiere, por la simple y sencilla razón de que hace falta cultivar un determinado tipo de talento para perpetrarlas y porque para cometerlas hay que documentarse mucho.