“La historia se repite como si dijéramos dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como farsa”. Karl Marx.
En todo el mundo, las izquierdas han desencantado a la población: El Salvador, Venezuela, Nicaragua, Francia, Grecia o Alemania. Se les había confiado la reducción de las desigualdades sociales y, ya sea el FMLN o el PT, nos han fallado.
En Brasil el candidato de ultraderecha, Jair Bolsonaro, se acaba de agenciar el 48% de los votos del electorado. Y ¿cómo olvidar que en Estados Unidos Donald Trump obtuvo el 46% de los votos? Ambos candidatos comparten ese magnetismo por la controversia. Son ambos racistas (aunque Brasil y EEUU tengan el mayor grupo de afrodescendientes en el mundo), xenófobos, homofóbicos y machistas pero sobre todo aporofóbicos, término que acuñó la filósofa Adela Cortina para referirse al miedo o al desprecio hacia los pobres, como si ser pobre fuera un defecto. Trump aseguraba que él podría pararse en medio de la Fifth Avenue en Nueva York, dispararle a la gente, y ni así perdería votos. Estaba en lo cierto. Bolsonaro dice que el Coronel Ustra, torturador de la época de la dictadura, es su héroe. Y así consiguieron los votos de las mayorías pobres.
¿Será que en ambos países el voto de protesta vale más que la razón? ¿Será que la posverdad se conjuga con nuestras emociones? ¿Será que el punto de vista de los excluidos y marginados no cuenta?
Trabajaba hace algunos años en una universidad privada en San Salvador donde muchos estudiantes tenían beca del gobierno para sus estudios superiores. Supongo que para ganarse una beca debía ser requisito ser de escasos recursos y medianamente inteligente para mantener una nota promedio de 7.0. Una becaria estaba en mi clase y llegaba con camisetas, afiches, cuadernos y hasta banderas de ARENA. Ella estaba muy agradecida con el partido por haberle dado, con fondos públicos, una beca para estudiar en una universidad privada. Vivía en una comunidad marginal en Ciudad Delgado y se decía seguidora de las enseñanzas de Monseñor Romero. Sus compañeros de clase nunca lograron entender por qué ella, pobre, que vivía en una champa, iría a votar por el partido detrás de la muerte de Romero. Le pedían que despertara de esa idea burguesa de odiar a los del Frente porque botaban puentes. Ella, sin consciencia de clase, imitando el discurso del opresor, se vestía con la camisa del opresor. Es como ayudar a que el opresor te oprima.
Ahora, si usted es un ciudadano proletario, deténgase a pensar y medite su voto. Ubíquese según su condición. No diga que sus abuelos eran europeos negando la herencia indígena y africana que todos tenemos. Tampoco hay que ser aquel ciudadano que defiende las causas socialistas sin despegarse de su iPhone y que respira siempre aire acondicionado. O como esa gente que no sabe qué cosa es vivir en un lugar donde no hay agua potable ni saneamiento básico y que en campaña se mete a las casas inundadas para la selfie. Piense y valore su voto.