Antes que a un ovillo, el ya célebre Caso Pandora se parece cada vez más a un estuche de monerías. La mitológica Caja se vuelve estuche, porque las sorpresas que debía contener y liberar cada tanto tiempo, al final no eran tales porque ya todos las conocíamos o, en el peor de los casos, las imaginábamos. Secretos mal guardados en la aldea del chismorreo y la tertulia holgazana.
No pasó mucho tiempo para que los más suspicaces encontraran la punta del hilo rojo que atraviesa el entramado del ovillo. Y una vez encontrado, el finísimo hilo escarlata nos conduce a través del laberinto, atando cabos y generales, uniendo partes insospechadas, revelando vínculos ocultos, mostrando el verdadero rostro y las mil caras de la corrupción reinante. Es la ruta de la ignominia, el sendero del descaro y la desvergüenza.
Los actores de esta tragedia, con aires involuntarios de sainete en algunos momentos, suelen tener dos caras como Jano, el dios bifronte de la mitología romana, fuente, entre otros atributos, de hipocresía y doblez, simulación constante, farsa continuada. Una, la cara del político dedicado, consagrado al bien común y a la cortesía piadosa; la otra, la cara del sinvergüenza cínico, mentiroso contumaz, saqueador sin escrúpulos que domina el arte malicioso de convertir en privados los fondos públicos. Janos locales que urdieron una complicada trama de transferencias financieras, engaños fiscales, maniobras legislativas y lubricación generosa por debajo de la mesa, para drenar los dineros de todos y transferirlos a los bolsillos de pocos.
Rara vez ha sido tan evidente el estrecho vínculo que une a la corrupción con la política y, más concretamente, con ciertos políticos. Caciques regionales, líderes de opereta en la mayoría de los casos, manipuladores de oficio, “trujamanes de feria” como les llamó el poeta León de Greiff en su memorable poema “Gansos del Capitolio”, todos ellos dedicados con devoción maligna a saquear los recursos del Estado para financiar sus millonarias campañas electorales y, por supuesto, rellenar sus bolsillos y engordar sus múltiples y variadas cuentas bancarias.
Hoy, sorprendidos por lo inesperado, aturdidos todavía por una acusación judicial que parecía inimaginable hace apenas unos cuantos meses, no acaban de entender lo que está pasando y, en su descargo, acuden a las argucias más inverosímiles y descabelladas. Ah, los gansos del Capitolio! “casta inferior desglandulada de potencia / casta inferior elocuenciada de impotencia / toda aquésa gentuza verborrágica / me causa hastío, bascas me suscita / gelasmo me ocasiona…” escribió el viejo poeta colombiano del siglo pasado.
Pero hoy, el ovillo ha empezado a dejar de serlo. El hilo carmesí que lo atraviesa, al mismo tiempo lo desmenuza y deshace. Al simplificarlo, lo exhibe en su maloliente desnudez, lo muestra en público y lo desmitifica. Ha quedado expuesto ante los azorados y complacientes ojos de la gente, que, por fin, ha podido comprobar en público lo que todos comentaban en privado.
Los lazos que atan y fusionan lo peor de la política con la peste de la corrupción, muestran también hasta qué punto el Estado hondureño ha sido degradado y sometido a una gradual desintegración ética por parte de muchos de aquellos que, por las razones que fueran, estaban llamados a construirlo y fortalecerlo. El Estado actual es, en buena medida, la obra todavía imperfecta de ciertos políticos inescrupulosos y corruptos que olvidaron y confundieron la gelatinosa frontera que separa lo público de lo privado, los bienes nacionales del patrimonio particular.
Casos de corrupción escandalosa como los del Instituto del Seguro Social, los pactos de impunidad, el caso Pandora y otros que seguramente aparecerán más temprano que tarde, muestran claramente el fracaso de la mal llamada “clase política” criolla en edificar un Estado de derecho, construir democracia y generar cultura política moderna y pluralista. En lugar de eso, han construido, todavía a medias, un armatoste inútil para la democracia, un aparato diseñado para la corrupción y la opacidad, para el secreto y el abuso. Y, aun así, ese mismo aparato defectuoso, presionado por dentro y hostigado desde afuera, se ha visto obligado a reaccionar, aunque sea con timidez y vacilación, ante el descaro infinito y la voracidad ilímite de los políticos profesionales, legisladores, funcionarios y activistas corruptos que, cual moscas insolentes, pululan por todos lados y nos obligan, como dijo el viejo poeta, “Después de tantas y de tan pequeñas cosas,/ busca el espíritu mejores aires,/ mejores aires…”