Dice mi mamá que Otto René Castillo (*) muchas veces durmió no en la cama de Roque (mi hermano) o en la mía, sino que en nuestras cunas”¦
“Llegaban tarde y no había donde dormir, entonces me los llevaba a ustedes a la cama y en la cuna dormía el Otto”¦”, contaba mi mamá no con mucho entusiasmo.
Mi padre tuvo dos amigos guatemaltecos, que más que amigos fueron sus hermanos: Otto y Arqueles Morales (ambos ya fallecieron; el primero asesinado, en la década de 1960, por la policía guatemalteca mientras militaba en la guerrilla; en tanto, Arqueles falleció de cáncer cuando era uno de los directores del diario “Barricada” de la revolución sandinista).
De Arqueles puedo decir que me adoptó como hijo cuando viví en Nicaragua. Corta fue nuestra relación en Nicaragua, pero de inicio a fin fuimos padre e hijo y amigos; fue de los buenos maestros que tuve en el periodismo.
De Otto tengo recuerdos lejanos: era el tío Otto que llegaba de Alemania a Praga en varias ocasiones. Ya no dormía en cunas, sino en el sofá-cama de la sala de nuestro apartamento de la ensoñadora Praga.
Jugaba con mis hermanos y conmigo. Y salíamos de paseo los fines de semana: al Castillo Viejo, al Puente de Carlos, al Parque “Julius Fuchik” y a los museos interminables.
Seguramente que en las noches mis padre y Otto se iban a las famosas tabernas cerveceras (donde se bebe la mejor cerveza del mundo).
Me consta porque Roque y yo íbamos a comprar cerveza en una bomba de cristal (que en realidad era lámpara de techo y que mi padre destrabó para llenarla de cerveza). Nosotros probábamos la amarga espuma de la cerveza de pipa en una taberna que estaba cerca de nuestra casa.
Otto nos parecía un tipo simpático y siempre se estaba riendo, aunque en su rostro lo recuerdo con un semblante triste.
Nos gustaba como ante cualquier pregunta respondía: “si pués”, como cualquier guatemalteco.
“¿Otto, y vos te llamás Otto?”, le preguntaba y él: “¡Si pués!””¦ Y nosotros nos carcajeábamos.
Un día llegamos de la Escuela Soviética, en la que estudiábamos, y en la casa había un silencio sepulcral. Mi mamá abre la puerta y sus ojos estaban enrojecidos”¦
No preguntamos nada. Al llegar a la sala vimos que en el cuarto mi padre estaba tendido en la cama. Pero el cuarto estaba en penumbras.
Recuerdo que me adelanté a saludarlo y estaba llorando como un niño. No sabía qué hacer y sólo lo abracé.
“Mataron al tío Otto”¦”, me dijo.
No fue la primera vez que vi llorar a mi padre. Pero como aquella vez, no hubo otra, que yo haya presenciado. Era la muerte de su querido hermano, de nuestro “Otto si pues”.
(*) Poeta y cineasta guerrillero guatemalteco