Viendo cómo los cuatreros en el poder han esquilmado las arcas públicas salvadoreñas en esta posguerra trágica, a uno le gustaría confiar en que la Corte de Cuentas, Probidad y la Fiscalía harán prevalecer el orden legal y la justicia ante tales muestras de delincuencia política. Pero esta confianza es precisamente una las ilusiones que han permitido a Flores, Saca, Funes (y otros jefes de bandoleros aun por encausar) hacer de la corrupción un negocio muy rentable y una muy bien arraigada tradición política.
A ver si me explico: Si Flores robó y Sacá robó (y si Mauricio Funes continuó con esas prácticas), sus maneras turbias de gestionar los fondos reservados –durante los largos años que suman sus distintas legislaturas– tuvieron como contrapartida la ineficacia, ceguera o complicidad de algunas instancias del Estado cuya función era precisamente la de impedir que figuras como Flores, Saca y Funes (y otros bandoleros aun por determinar) administrasen una cuenta de dinero público como si fuera “su botín”.
La corrupción es una fiesta de tiburones, personalizarla (reduciendo su autoría a un solo hombre y sus pocos allegados) es un error. Estamos ante un caso que en cierta forma involucra al conjunto de la estructura del Estado y a una parte significativa de nuestra sociedad civil. Frente a eso es poco el poder de cualquier personaje elevado a la condición de diosecillo judicial.
La corrupción ha salido a flote gracias a una ruptura en el interior de esa banda llamada “Arena” y gracias también a que “la izquierda” llegó por fin al gobierno ¿Si Rodrigo ívila hubiese ganado las elecciones presidenciales, habría existido “el caso Flores”? Para que la corrupción (con sus registros documentales y sus complejas ramificaciones) se mantenga herméticamente protegida de la opinión pública y la ley, ha de existir un buen reparto de botín y una lealtad asegurada en el seno de la mafia política dominante. Si falla el reparto y la lealtad se fractura, aumenta la probabilidad de que las aguas negras se rompan. Y eso fue lo que pasó cuando se escindió Arena, que la ruptura en el bloque en el poder abrió el foso de los leones: Paco Flores cayó bajo el fuego amigo de antiguos compañeros. Y en venganza, sus antiguos colegas de Arena “le hicieron la cama” a Tony Saca y a su socio “el rosadito” Funes. Y ahora Saca, desde los tribunales donde es juzgado, le lanza otra funesta puñalada a sus viejos compinches areneros.
Se especula que una de las tareas de la Fiscalía era la de contener esa posible puñalada por parte del rencoroso Saca ¿Una forma de juzgar al ex mandatario evitando posibles daños colaterales a quienes presumiblemente fueron receptores de una parte de su botín? ¿Sirve el Fiscal a los intereses generales del Estado?
Los fiscales en estas guerras entre mafias poderosas, más que jugar el papel de agentes autónomos, ofician el de peones al servicio de esta o aquella banda de facinerosos. Nuestro país es una novela negra o una turbia historia del far west tropical. Y ciertos indicios apuntan a que el fiscal Douglas Meléndez no encarna precisamente el papel de “Llanero solitario”.