ESTOCOLMO – Todavía no sabemos si el Ártico será en el futuro un ámbito de cooperación o de confrontación en alza. Pero ya es evidente que la región atraerá mucha más atención que en el pasado.
La razón principal es, por supuesto, el cambio climático, que está acelerando el derretimiento del hielo y aumentando las temperaturas del Ártico dos veces más rápido que el promedio mundial. Por su velocidad y escala, estos cambios tienen obvias consecuencias geográficas, económicas y estratégicas. Al derretirse la inmensa capa de hielo que cubre la región, han aparecido nuevas reservas de combustibles fósiles y se han abierto corredores navales, incluida la «ruta marítima del norte» (RMN), que discurre a lo largo de la costa de Siberia (Rusia), y el pasaje noroccidental a través del archipiélago septentrional de Canadá. Pero esta misma tendencia también impulsó una pérdida de permafrost que amenaza con dejar en poco tiempo costosas infraestructuras alzadas sobre barro en vez de suelo firme.
Además, comunidades indígenas que llevan milenios viviendo en el Ártico están cada vez más preocupadas por el riesgo creciente a sus medios de vida. Casi la mitad del área terrestre del Ártico está en Rusia, así como un 70% de los cuatro millones de personas residentes en la región. La mayoría vive en el área de la península de Kola, próxima a Noruega y Finlandia, donde Rusia tiene establecidas su Flota del Norte y la mayor parte de su fuerza de disuasión nuclear naval. Pero otras partes de la región son igual de importantes, en sentido estratégico y demográfico. Aproximadamente dos tercios de los habitantes de las áreas árticas de Canadá son pueblos indígenas, lo mismo que la inmensa mayoría de las 56 000 personas que viven en Groenlandia (similar en tamaño a un continente pequeño).
Este verano, el histórico velero Sedov atravesó la RMN sin encontrar jamás hielo. Por ahora estas vías sólo están abiertas durante los meses más cálidos, mientras que durante el resto del año, para atravesar la zona se necesitan buques especiales, a menudo escoltados por potentes rompehielos. Pero ha habido un aumento sostenido del tráfico marítimo, impulsado sobre todo por los grandes proyectos energéticos que Rusia lleva adelante en Siberia. Empresas chinas poseen un 20% de participación (otro tanto posee Francia) en la extracción de gas natural licuado de los campos gasíferos de Yamal, controlados por Rusia; buques tanque de armado surcoreano lo transportan a Europa, a la que pronto se sumará el este de Asia. No hace falta decir que hay muchos más proyectos en marcha.
Desde 1996, los ocho países árticos (Rusia, Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca/Groenlandia, Islandia, Canadá y Estados Unidos) cooperan a través del Consejo del Ártico, sobre todo en temas ambientales. Pero la creciente importancia internacional del Ártico ha extendido el interés en la región a otros países.
En 2013, el Consejo admitió como observadores a China, la India, Singapur, Corea del Sur y Japón, en reconocimiento de sus actividades científicas y su interés en futuras oportunidades para el transporte marítimo. El potencial comercial puede ser inmenso: la ruta marítima del Ártico entre Yokohama (Japón) y Hamburgo (Alemania) es 40% más corta que la ruta actual a través del Canal de Suez.
Tal vez era inevitable que el nuevo clima de competencia entre grandes potencias tuviera una incidencia creciente sobre todo lo relacionado con el Ártico. En la reunión ministerial del Consejo celebrada el año pasado en Rovaniemi (Finlandia), el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo sorprendió a todos con la negativa a avalar el comunicado final y un programa de trabajo donde se hacía mención del cambio climático. En vez de eso, la administración Trump usó la ocasión para criticar los planes de China en la región.
En mayo del año entrante, Islandia pasará la presidencia bienal rotativa del Consejo a Rusia, que seguramente no desaprovechará sus dos años al timón. Durante la década pasada, el Kremlin dedicó una cantidad importante de recursos a fortalecer posiciones en el Ártico, mediante la reactivación de instalaciones militares soviéticas abandonadas y la construcción de otras nuevas. Esta militarización provocó alarma en la OTAN, aunque un análisis calmo de la situación indica que en general esas instalaciones no son una amenaza particular para nadie (con excepción, tal vez, de los osos polares).
Pero hay otros puntos contenciosos que sí importan. Como Rusia se encarga de regular todo el tráfico marítimo a través de la RMN, dispondrá de un control desmesurado mientras otras partes del Ártico sigan cubiertas de hielo. Pero al avanzar el derretimiento se abrirán nuevos canales marítimos muy al norte de la jurisdicción rusa y eso planteará un sinnúmero de cuestiones legales.
A la luz de estos problemas en ciernes, sería una desgracia que se repita una confrontación como la que hizo fracasar la cumbre de Rovaniemi. El mes próximo se celebra la reunión ejecutiva del Consejo del Ártico en Reikiavik, así que pronto sabremos qué depara el futuro.
Últimamente Estados Unidos, Rusia, China y otros países tienen temas de sobra por los que discutir. Pero es necesario que todos reconozcan el interés compartido en preservar y ampliar un marco abierto de colaboración para la región más septentrional del mundo. De un modo u otro, la importancia del Ártico está destinada a aumentar; nos conviene a todos que se convierta en un ámbito de cooperación mutuamente ventajosa y no de guerra.
Traducción: Esteban Flamini
Carl Bildt fue primer ministro y ministro de asuntos exteriores de Suecia.
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