Por Gabriel Otero
En la niñez de antaño todos queríamos ser futbolistas profesionales, en otros países, dependiendo de la región, se fomentaban deportes como el beisbol, el hockey, el fútbol americano, la natación o el rugby.
Vago como era yo, la pasión pambolera se me contagió con los vecinos de la cuadra, mis tres amigos que compartían la C: Juan Carlos, Carlos Alberto y Carlos Romeo.
Con ellos formamos un equipo de fútbol superando las complicidades y nexos sanguíneos, la hermandad predomina de sólo pensarla, hemos entendido que en este prolongado capítulo de mi ausencia la amistad será retomada entre conversaciones nocturnas y los calores de un whisky zumbador.
Ningún infante del ayer puede jactarse de haber vivido si jamás jugó gol saca gol en la calle toreando coches o en los llanos llenos de piedras y polvo, nada parecía imposible al ver la habilidad y los goles de Luis Baltazar Ramírez “El Pelé” Zapata, en aquellas finales de Águila contra Alianza y Once Lobos o contra Canadá en la hexagonal de México 77.
El lapso entre los mundiales de México 70 y España 82 fue la época pujante del fútbol nacional hasta que los húngaros nos sepultaron los sueños y el orgullo.
Para mí, sigue siendo ininteligible esa visión optimista de celebrar el único gol que marcó la selección de El Salvador en un mundial porque hay maneras de perder y a nuestros seleccionados se les olvidó la táctica en el vestidor.
Siempre detesté al Fas y al Alianza, con todo y el “Avión” Casadei y la “Bella” Barrera, por sobrados, provocadores y pretenciosos, era más lo que hablaban que lo que jugaban, una vez los vi agarrarse a patadas en el pasto del Cuscatlán cuando las jornadas futboleras eran triples; el Marte era el equipo patrocinado por los milicos; y el Platense, un conjunto fugaz de la inolvidable Zacatecoluca que ganó todo en un año para luego desaparecer.
Pero el Águila de San Miguel era un cuadro de abolengo, el más respetado y temido, era un placer verlo jugar y destrozar a sus rivales y dejarlos en jirones, lo que alcanzara en noventa minutos, no exagero al aseverar que el Águila del Pelé Zapata ha sido una de las mejores alineaciones en la historia del fútbol salvadoreño.
Hoy, a nivel de equipos se trasluce una total y absoluta involución por la tacañería de los dueños de clubes, no faltan las voces innovadoras que dicen que mejor nos dediquemos a jugar criquet o a la matatena.
Los únicos que han sacado la casta nacional, con todo y limitaciones económicas, es la selección de fútbol de playa que han demostrado que se puede hacer mucho con nada.
Los ayeres futbolísticos quedaron en los anaqueles de recuerdos amables.