En su Decálogo del Abogado, el jurista uruguayo Eduardo J. Couture (1904-1956), plantea a los abogados en general: “Tu deber es luchar por el derecho, pero el día que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia”, que debiera ser norma incuestionable, y de estricto cumplimiento, como virtud primaria hacia el logro de una sociedad más justa y más humana.
No se trata de violentar la ley. Se trata de proceder bajo un imperativo más de orden moral que jurídico; es decir, un equilibrio entre justicia y humanismo, con apego al derecho. Se trata de proceder con el necesario toque de humanismo que hace falta, por ejemplo, cuando con rigidez jurídica, y sin contemplaciones, en los tribunales se enjuicia a la gente humilde (los sin chequeras ni poder político), mientras para los otros (los mercaderes del poder y del dinero) el trato es de evidente favoritismo, y hasta con beneficios de impunidad… De ahí que sea más que justo el reclamo sin respuesta, de la sabiduría popular: “o todos en el suelo o todos en la cama”…
Y aquí y ahora, para los abogados en ejercicio es más que oportuna la sabia sentencia de Couture, sobre para saber enfrentar, con criterio noble y justo, la disyuntiva de decidir entre Justicia y Derecho, en cualquiera de las ramas jurídicas. Ser jurídicamente justos y humanamente coherentes, al emitir sus alegatos y sentencias. Porque, sin necesidad de una acuciosa lupa ciudadana, a la vista están los abogados corruptos (ejerciendo como magistrados, jueces, fiscales, defensores…); pero también, hay que hablar de abogados honestos, justos y humanizados, porque que los hay los hay…
La lucha entonces debe ser de denuncia y hasta de mandar a juicio a los malos abogados, cuando están ejerciendo como jueces. Y exigir, con base en las pruebas, castigo severo y ejemplarizante, para beneficio de la gente injustamente acusada, a veces por intrigas de algún poderoso. Actualmente, en diversos juicios depurándose en tribunales del país, es harto conocido el favoritismo del poder político y económico para algunos políticos de cuello blanco, mientras se juzga con todo el rigor de la ley a los desfavorecidos por “no tener nada”. Monseñor Romero expresaba que, con este acto ruin e inhumano, la justicia se asemeja a “la serpiente que solo muerde al descalzo”.
Los verdaderos juristas, capaces y honestos, sabrán lo correcto, pero las modalidades de “testigo criteriado” y de “juicio abreviado”, tan en boga en los últimos tiempos, y que pueden ser aporte lícito y favorable a la Fiscalía, ponen a pensar a la población que anhela justicia real, porque es evidente que hay beneficio para unos afectando a otros, que pueden ser otro indiciado en el caso juzgado o la sociedad misma. Aquí, desde luego, se vuelve necesaria la sugerencia de Couture: bien vale un sano criterio jurídico y un real toque de humanismo unidos, en beneficio de los intereses de la sociedad.
Hay que decir, sin embargo, que esto de saber decidir entre Justicia y Derecho, debe ser norma no únicamente para el ámbito jurídico. Todo aquel que ejerza un cargo, público o privado, debe meditar sobre lo conveniente, según el caso. Pero, bien por lo sugerido en el Decálogo de Couture, porque han sido evidentes los hechos en los que factores diversos, especialmente los de política partidista, sirven para presionar hacia fallos positivos o negativos.
Quizás falte mucho para que el anhelo de la pronta y cumplida justicia, sea realidad. Pero, mucho se podría avanzar en este campo, toda vez que los juzgadores aprendan a fallar con sabiduría, sin favoritismo y sin interés personal, especialmente en casos en que exista la disyuntiva de decidir entre la Justicia y el Derecho; y, sobretodo, saber actuar con equidad jurídico-humanística para salvaguardar de veras los sagrados intereses de la sociedad.