Llegó el momento doloroso, para los cubanos y para los hombres y mujeres de buena voluntad en todo el mundo, de la partida física de Fidel Castro Ruz. Conductor insustituible de nuestra revolución en la guerra y en la paz y líder de probada talla mundial. Jamás vaciló en la defensa de los principios que aseguran a su pueblo la dignidad y en enseñarle los secretos de la resistencia de los pequeños, la fuerza de los débiles. Logró sembrar conquistas sociales de excepcional magnitud sin amilanarse por el estrangulamiento económico al cual fue sometido el país. Educó en la práctica de una solidaridad genuina, que ha ganado un reconocimiento merecido en todas las latitudes.
El tramo de historia que consiguió ayudar a moldear, sorteando las agresiones, la intolerancia y los obstáculos levantados desde afuera, la inexperiencia propia y los escenarios fallidos, terminó siendo ejemplar en muchos sentidos. Un ejemplo de ascensión social a considerar por todos los países impedidos de alcanzar la independencia y bienestar que se supone propicie solamente el desarrollo económico. Para los países de la periferia, como habitualmente se nos llama.
El premio de una larga vida le ha permitido, a la hora de su partida, haber sido testigo activo del formidable legado de su paso por la Tierra, y a la vez de los desafíos que quedan por delante para su pueblo y para el mundo del cual le toca ahora partir. Pero que de ningún modo abandonará, por las respuestas que ha dado a tantos problemas y por las preguntas que ha sabido dejar en pie.
Cumplió a cabalidad, como parecería haberle sido destinado, la obra de la vida. De José Martí lo aprendió y desde muy temprano dejó que la inspiración del apóstol guiara sus pasos. Por eso para él «la muerte no es verdad». El término de su ruta lo ha dejado, más que absuelto, inscrito en la historia con caracteres mayúsculos. En fecha tan temprana como 1965, en su carta de despedida a Fidel, Che Guevara, esa luminaria política que creció a su lado, destacaba la dimensión de estadista que le había revelado su actuación para lograr una solución aceptable a la crisis de octubre. Esas señales de excelencia de su liderazgo se multiplicaron en el camino cubano, tan difícil como notable, durante el medio siglo que siguió a aquella despedida. Su huella de gran conductor ha sido sobradamente reconocida por muchas figuras, entre las que cabe destacar a Yasser Arafat, que recibió la solidaridad sin lagunas con la causa palestina, a Nelson Mandela, por el significado que tuvo la colaboración cubana para poner fin al apartheid y cambiar el mapa político del ífrica subsahariana, y a Hugo Chávez Frías, cuya muerte prematura hace que sintamos hoy que nos falta de una definitiva lagrima de dolor. Tan estrecha fue la relación entre los dos.
Despedirse no tiene que significar que digamos adiós. Fidel va a estar siempre con nosotros.