Cuando uno está rellenando un formulario electrónico y llega al ítem “profesión”, un amplio abanico de opciones aparecen en el menú, desde médico a abogado, desde contador a sacerdote, desde ingeniero a profesor…
Sin embargo, en ese enorme listado no aparece aún el término “influencer”, la profesión de moda.
¿Qué son los influencers? Pues son personas, generalmente jóvenes, que conocen muy bien lo tecnológico, el manejo de redes y el uso de cualquier app digital para crear ilusiones, situaciones, formas de conducta y de vestir. Son personas que influyen, o que intentan influir al resto, condicionando sus gustos y sus consumos. Marketing digital le llaman.
La mayoría crean ilusiones, viven de su imagen y aparentan tener una gran autoestima. Se venden como inteligentes, elegantes y muchos incluso se arriesgan y hasta pierden la vida tratando de tener un número de seguidores. El número de followers es fundamental. A mayor cantidad, mayor alcance… Y por lo tanto mayor cotización. En ese juego, atrapados por sus publicaciones, caen generalmente idealistas e ilusos que desean copiar y admiran a estos influencers que les marcan tendencias y tratan de imponer modas.
Más de 20 millones de personas trabajan como influencers en todo el mundo. Son muchos, pero no todos pueden dedicarse. Lo que sobran son aspirantes. Obvio: se gana mucho dinero y se trabaja poco, además de que no se necesita un título universitario. A veces ni siquiera es necesario saber escribir sin faltas de ortografía o errores de puntuación, ya que un community manager lo hará por él. Cada publicación tiene precio, y poco importa si algunas veces esos mensajes son engañosos.
En un mundo donde muchos jóvenes sueñan con tener dinero fácil y pronto, el rol de influencer se cotiza alto. Pero para eso se necesitan seguidores en las redes, y eso -a menos que sea un personaje muy famoso-, y eso se consigue con escándalos, fotos provocadoras o información engañosa.
Es evidente que los medios están haciendo a los jóvenes cada vez más fatuos. Los países y gobiernos hacen cada día más difícil destacar y ganar dinero de forma adecuada. Es decir, a través del esfuerzo, la perseverancia, el estudio y el ahorro. Veamos, una señorita con escote profundo -ya con un nombre en los medios de comunicación- ganará más dinero con un solo post en Instagram promoviendo una bebida que una cajera de un supermercado en un mes entero de salario.
Nos inundan con anuncios, y ahora también con posteos en las redes, de lo que se puede comprar y la gente no tiene aparejados sus deseos con su poder adquisitivo. Nos hacen envidiar a los que tienen, ya que lo gastan de forma desmedida. Claro, a ellos no les cuesta obtenerlo. ¿Pero qué clase de influencia positiva pueden ejercer las Kardashian? Una de ellas, por ejemplo, se hizo famosa por publicar un video sexual de ella y su novio. Pero somos, en general, muy influenciables. Nos hacen ver todo fácil, bonito y lujoso, pero vivimos en otra realidad.
Lo peor de todo es que no solo nos influencian para comprar una u otra marca de productos, sino que nos llevan a imitar retos peligrosos y estilos de vida que nada tienen que ver con nosotros. Aunque no sería extraño que pronto comience la decadencia. Según un estudio de Bazaarvoice en Europa, la mitad de los consumidores están cansados de los mensajes repetitivos y de baja calidad que publican los perfiles más seguidos en las redes sociales. Cuatro de cada cinco usuarios confía más en la opinión de un cliente anónimo que en un influencer. Cuando el público sabe que el personaje se mueve por dinero, la publicidad deja de funcionar.
Yo me permito dudar de los influencers. Si fueran gente buena y transparente no serían influencers sino aburridos y poco populares. Hay algunos, como Kim Kardashian, que está buscando ser tratada mejor en medios por sus detractores, entonces organiza eventos y ayuda a alguien a salir de prisión o dar algún discurso legal. Pero lo que realmente les vale es el dinero que han hecho y el poder que este dinero les da.
No tengo dudas que hay personas que realmente influyen en la vida de los otros, pero seguramente no serán ni tan famosos ni se hacen llamar influencers. Simplemente aplican la educación, los valores y la comunicación para dejar su sello, y ahí poco importa si tienen 800,000 seguidores en Instagram o si son lo suficientemente cool para lograr 400k likes en un par de horas.