Llevamos una larga temporada sumidos en una depresión política global. No hay día de dios en que no aparezca en España, Brasil, El Salvador, México, Alemania, etcétera, una noticia que nos entierra un poco más en el agujero del desencanto de la política. Este estado de ánimo a larga tendrá también una expresión en los resultados electorales del futuro, en el respeto a las instituciones, en la confianza hacia los representantes del pueblo elegidos democráticamente, etcétera, etcétera.
En cada país se vive este desencanto como un drama doméstico, pero no es así. Hay que hablar ya de un desencanto global que debilita subjetivamente a la política en un momento en el cual esta se ve también sistemáticamente debilitada por la acción de esa poderosa fuerza anónima mundial a la que se da el nombre de “Los mercados”.
Los mercados, por lo general no tienen un rostro o un apellido que nos permita personificarlos. Los mercados son como dios, son un poder abstracto y sus sacerdotes hablan en el lenguaje preciso de esa nueva teología fatalista a la que se da el nombre de ciencia económica. Pocos advierten que los márgenes de la acción política democrática se han venido recortando en occidente en los últimos treinta años.
Los neoliberales piden el recorte del poder del Estado, pero en el fondo también buscan el recorte de la política en sí misma. El proyecto neoliberal conduce a un debilitamiento de la democracia liberal. Mercado y democracia no son esa pareja perfecta que la propaganda nos había dicho. Esa pareja, ya se ha divorciado aunque de cara a la galería mantenga la convivencia.
A quienes persiguen sistemáticamente el debilitamiento de la política democrática (para que la política la ejecuten los mercados financieros), les conviene ese estado de ánimo global en el que la ciudadanía considera que todas las alternativas son basura y que todos los políticos de todas las tendencias son también basura. Un estado de ánimo bastante peligroso que podría abrir el camino del retorno de las dictaduras. De hecho, en el seno de algunas democracias liberales ya hay signos de autoritarismo.
Resulta curioso que estemos centrados en la corrupción política (no digo que no haya que tomarla en cuenta), mientras olvidamos la otra cara de la moneda: el de la irracionalidad brutal de la economía capitalista. Hasta podríamos decir que la corrupción política es un apartado de la economía negra, de la economía subterránea que protege sus intereses y asegura sus marcos de expansión cooptando a políticos y a funcionarios del Estado. En ese clima de pragmática in-moralidad prospera la figura del diputado o el líder que aprovecha la ocasión para hacer negocios. El modelo que se repite es este: ahí donde hay política corrupta hay también una economía corrupta.
Resulta sospechoso que sólo hablemos de una y apenas mencionemos la otra. Resulta sospechoso que nadie señale la simbiosis que hay entre ambas..
No pretendo exculpar a los líderes y diputados corruptos, solo afirmo dos cosas: una es que centrarse solo en ellos es centrarse únicamente en una cara del problema. Lo otro que afirmo es que el desencanto le viene bien a todos aquellos grandes poderes a los cuales, por otras razones, les estorba también la política. Un realismo cínico y desanimado favorece a las elites que verdaderamente detentan el poder. Un optimismo ingenuo, por otro lado, favorece a los demagogos de derecha e izquierda.
La crítica a la izquierda realmente existente la pueden hacer también demagogos de izquierda que a la larga pueden acabar cometiendo esos mismos errores que hoy le critican al FMLN. Hay que reflexionar, pues, cómo es que hemos llegado hasta aquí. Lo que supone repensar la historia política de la posguerra, lo que supone sacar a la luz los caminos extraviados de la historia política de la posguerra.
Demoler es fácil. La estética posmoderna es una estética de la demolición de los grandes relatos, de la demolición de las utopías y el optimismo que llevan dentro. Las crítica del realismo cínico se conforma con decir que todo es una mierda. Ese realismo cínico ahora juega a favor de las elites económicas neoliberales a las cuales también la política les estorba y a las cuales les conviene que nosotros, presas del desencanto, nos apartemos del sueño de construir una democracia. Hay que aprender de todo lo que ha pasado y entender también que años y años de mala política y de corrupción crean una cultura que no resulta fácil dejar atrás. Ya está claro que no solo basta con que una izquierda gane las elecciones, hace falta esa izquierda tenga otra idea de la política en la cual se rompan los mecanismos que corrompen también a las dirigencias populares.