Las ideologías fomentan el síndrome de desnutrición mental, discapacidad de los dirigentes políticos al pensar que gobiernan para incondicionales aplaudidores sin tomar en cuenta que la nación abarca también a los que abuchean.
Las ideologías son territorios imaginarios excluyentes: los azules están a la derecha de los rojos y éstos a la izquierda de lo inexistente, los verdes, amarillos y rosas se inclinan hacia donde pese el presupuesto. Entre ellos se apedrean con los peores adjetivos porque no se convencen, se miran en el espejo de la ignominia y esperan verse sumergir en el pantano aunque hundan al país consigo.
Las ideologías carecen de matices y oídos, siembran guerras y discordias, fanáticas de sí mismas se auto proclaman la verdad de las verdades, la vanguardia para llegar a las utopías. Pero todas, al alcanzar el poder pactan tributos, privilegios y prebendas.
Las ideologías son piedras de toque del adoctrinamiento, uña y mugre del sistema religioso, los adeptos siguen al líder o al pastor sin levantar la cabeza, se tiran sin chistar al barranco.
Las ideologías impiden el desarrollo de todo tipo, ataduras inmisericordes del humanismo, borran el derecho al disenso en aras de perpetuarse.
Las ideologías acostumbran ser solemnes y tediosas, les cuesta mucho reinventarse, es más fácil encontrar círculos en el cuadrado que frescura en la canícula ideológica.
Las ideologías son la calcinante aridez, la privación de memoria e historia individual para privilegiar la identidad de las masas, llámese, el anonimato.
Las ideologías son las perversiones superlativas del hombre para manejar a sus semejantes. Manipulo entonces existo, sentencia acentuada en grados mayores en ciclos electorales.
Las ideologías no potencian la libertad son anclajes de la imaginación, se alimentan de la credulidad de los incautos, son trampas cazabobos emperifolladas de democracia, la mutación de ideales en intereses.
Las ideologías son el penúltimo peldaño antes de la barbarie.