Daltografías: Acontecimientos de una vida entre clandestinidad y letras

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En el 59 caí preso, salí, y, un años más tarde, caí de nuevo a la cárcel. Entonces mi esposa Aida temió por mi muerte, mi paradero no era conocido por nadie. En el 61 fui expulsado de mi país y tuve que refugiarme en México en donde intenté estudiar antropología

Entraron al cuarto y me golpearon. Fui arrojado a la noche y me obligaron a ponerme de rodillas. Mis manos se hunden en la tierra, entre mis dedos se filtra la humedad. Mis lágrimas, hasta mis lágrimas se endurecen. He probado el sabor de la pólvora. Mi muerte está cerca, ¿en qué, en quién debo pensar? Huele a azufre, El Playón no es un buen lugar para tomar una última bocanada de aire. ¿Qué debería recordar? El aire pesa sobre los ojos, es diez de mayo de 1975 y un revólver en mi cabeza me distancia de la vida.

En una casa enorme de altos techos, en el barrio San Miguelito, quedaba La Royal, la tienda de mi madre. De allí partí por primera vez con destino a Chile, en el año 53, teniendo en mente estudiar leyes. Tras once meses de estadía regresé siendo otro, alguien con una clara intención política, cosa que, me costó varias visitas a la cárcel. En el 57 fui a la Unión Soviética, lo cual fue una odisea en la que me asomé a personas entrañables y en donde decidí que debía iniciarme la militancia, era necesario comprometerse organizadamente, ingresar al PCS. Mi vida entonces tenía tres cimientos: literatura, periodismo y acción política.

En el 59 caí preso, salí, y, un años más tarde, caí de nuevo a la cárcel. Entonces mi esposa Aida temió por mi muerte, mi paradero no era conocido por nadie. En el 61 fui expulsado de mi país y tuve que refugiarme en México en donde intenté estudiar antropología. En el 62 viajé hasta Cuba y allí pasé algún tiempo. Dos años más tarde, bajo el velo de la clandestinidad regresé a El Salvador, me capturaron varias veces y tras muchas peripecias volví a La Habana. Un año después pude ir hasta Checoslovaquia, en representación del Partido. Habité aquel lugar durante tres años, luego volví a México y luego a Cuba. En la isla mi vida era intensa, el ambiente intelectual resultaba muy cálido. Afirmé mi oficio literario y trabajé en la radio y en la Casa de las Américas, sin embargo mi desencanto por el trabajo y la política crecía y yo no estaba siendo fiel a mi idea, a mi deseo de integrarme a la lucha armada en El Salvador. Fue hasta el año 73 que con un documento de identidad que llevaba mi foto y el nombre de Julio Delfos Marín, regresé a mi patria e ingresé al Ejército Revolucionario del Pueblo. Lleno de buenas intenciones trabajé en la organización, imperaba la inocencia, no podría haber imaginado que a pico y pala esculpía mi propia fosa. 

Escribía mucho, publiqué varios libros, recuerdo algunos: Mía junto a los pájaros, La ventana en el rostro, El mar, El turno del ofendido, Los testimonios, Taberna y otros lugares y Los pequeños infiernos. Obtuve el Premio Centroamericano de Poesía, el Premio Casa de las Américas y otros nacionales. Seguramente estos datos aparecerán en biografías… Es curioso pensar en las nimiedades de mi vida justo ahora, en medio del miedo y el olor del azufre. 

Se acabó. Ya no seré el hombre que amó, el muchacho sonriente que sale de la cárcel y se encuentra con la tibieza de los humanos, ya no habrá más sonrisas ni abrazos, ha caído sobre mí el tiempo de las sílabas extrañas, ha llegado el final de este, el cuerpo que llevó por nombre Roque Antonio Dalton García. Mis manos se hunden en la tierra y entre mis dedos se filtra la humedad. Soy como la siempreviva y la pólvora me está cobrando un precio alto por mis actos. Algo se detiene, mi sentencia es el reposo eterno. La hora de la ceniza llegó, me quedan las piedras, el fuego, el lejano recuerdo de lo que alguna vez fue hermoso y el frío que deja en los huesos el cruel sabor de la pólvora. (También puede leer: Crónicas de Buenos Aires)

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