lunes, 15 abril 2024

CRÓNICA: Esto no nos va a vencer

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Es hoy o nunca que como salvadoreños debemos ser responsables con nosotros mismos y con la sociedad pues las dinámicas del virus y su impacto son impredecibles

La institución para la que laboro decretó que era mejor que no llegáramos todos a la oficina y que en su lugar nos íbamos a distribuir el trabajo y la semana. Mi último día laboral era miércoles y quise alejarme del bullicio y del estrés de esta pandemia y me fui a una zona rural en Opico, cerca de Santa Ana.

Por la noche me dice mi amiga que el presidente tendría cadena nacional. Supongo que es algo importante, de lo contrario sé que Bukele no interrumpiría mi estadía campestre. Comienza a hablar de las pruebas que se le han hecho a cincuenta y tantas personas y que salieron, todas, negativas. ¡Qué alivio! —me dije a mí mismo. Pero siempre hay un pero, siempre hay un pelo en la sopa: ese individuo que irrespetó el cierre de las fronteras y se cruzó por un punto ciego desde Guatemala. Y se encontraba en Metapán. Y Metapán queda en Santa Ana, a menos de 50 kilómetros de mi lugar de descanso. ¡Qué fastidio!

Por la mañana del jueves, le pregunto a las personas cerca del lugar si habían oído al presidente. Sin televisión y sin una buena señal de celular, la respuesta fue no. Les pregunto si están preparados para el virus, el coronavirus. “Hasta aquí no llega todo eso” —me dice Víctor, un chico adolescente. Le explico que la situación es seria y que debe prepararse. Pero un lugar sin una buena señal telefónica, sin transporte colectivo, sin una comunicación eficiente están destinados a ignorar lo que pasa a su alrededor. Y eso pasa con cientos de familias en zonas rurales del país.

Mi intención era quedarme hasta el domingo, pero después de conocer que hubo un caso cerca de mí, decidí volver a la ciudad antes que comenzaran a cerrar calles para contener una posible proliferación del virus. Eso no se hizo, pero la psicosis colectiva y el miedo se convirtió en el enemigo número uno de nuestro subconsciente y es lo que se propaga más rápidamente que el virus mismo. En la carretera vi cientos de vehículos de regreso a San Salvador y no me sorprendió que el anuncio del presidente haya causado semejante alboroto.

Al pasar por supermercados acostumbrados veo filas largas como si estuviesen esperando un diluvio. El miedo nos ha doblegado y no me sorprendería que, después del mensaje del presidente donde atinadamente dice que las cosas se pondrán peor, la gente volviera a su actitud acaparadora como una técnica de supervivencia.

 Al llegar a San Salvador quiero comprar vitamina C para mi madre y para la madre de un amigo y todas las farmacias tienen la misma respuesta: agotada. Cansado ya de tanto preguntar me digo a mí mismo que iría a la última farmacia antes de llevar los comprados a mi madre. Hay una farmacia frente a los lustradores quienes siguen su rumbo sin reparo. Pregunto si tenían vitamina C y me dicen que sí, ¡Bingo! El problema es que solo me pueden vender una, pues hay que dejar para todos, me alega la dependiente. Frustrado le intento explicar que la otra es para la madre anciana de un amigo y que era mi último recurso. Me venden el otro producto con cara de lástima y prosigo a la casa de mi madre.

Al llegar me recibe sorprendida. “Pensé que estabas en Opico”. ¿No ha oído las noticias? —le cuestiono. Ante su negativa, me pregunta si le traje frutas. Le explico que regresé pronto por el caso de COVID que se había dado en Metapán. Me dice que está cubierta de la Sangre de Cristo y que a su casa no llegará nada. Le explico la seriedad del asunto y le pido que también le diga a sus amigas que rondan la tercera edad.

Regreso a mi apartamento. Pienso en la gente vulnerable de la campiña salvadoreña.

Días después estamos ya en cuarentena domiciliar. Los casos en Estados Unidos explotan y hablo con mis hijas por internet y me dicen que están en cuarentena bajo el frío. Mi hermano en Chile lo tienen encerrado en el hotel. Mi amigo senegalés se quedó en Canadá después de una conferencia, mi estudiante que andaba en Honduras está en cuarentena al ingresar al país. El miedo y el estrés se propagan antes que el virus.

Como periodista me quiero enterar de primera mano cómo funciona la cuarentena en un país de irresponsables como el nuestro. El domingo por la tarde salgo a corroborar que las calles estaban vacías. Un supermercado al que fui se encuentra con sus estantes surtidos y con poca afluencia. La gente anda con mascarillas y entienden el distanciamiento social. Manejo de regreso a mi domicilio y me paran los policías. Me cuestionan que quién soy, que dónde vivo, que si sé que hay cuarentena, etc. Muy diligentes con su trabajo me dicen que la cosa está seria y que vaya para mi casa. Asiento y les agradezco por su labor.

La guerra se me viene a la mente. Una señora muy querida me decía que la guerra se iba a poner mucho peor antes que se acabara. Y así fue. Ahora siento la misma ansiedad de sus palabras: esta crisis se va a poner peor antes que se amaine.

Es hoy o nunca que como salvadoreños debemos ser responsables con nosotros mismos y con la sociedad pues las dinámicas del virus y su impacto son impredecibles. Seamos agradecidos con las personas que nos ayudan con la emergencia. ¡Obedezcámosles! Seamos solidarios con los que lo necesitan. Recordemos que los ancianos tienen un mayor riesgo de mortalidad. No exponga a los vulnerables: mantenga a sus abuelos en la casa. Hay que darles actividades y oportunidades para que no salgan de sus casas.

Esto no nos va a vencer. Acatemos las indicaciones y nos veremos todos al otro lado de la crisis. Las autoridades hacen lo que pueden, pero todo recae en la responsabilidad individual y cómo se lo presentemos a nuestras familias. Tenga fe en Dios, sí, pero acate las indicaciones y, sobretodo, no salga de casa.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.
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