martes, 1 octubre 2024
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Crisis silenciosa en la educación universitaria

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"Le cuestiono a mis colegas que investiguen y escriban sobre su quehacer académico, pero achacan su desinterés por el enfoque administrativo en la formación docente": Nelson López Rojas.

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Mi hija mayor, que vive en Estados Unidos, cumple 18 años en unos días y está en plena etapa de búsqueda de universidades para estudiar. Sus opciones son tan variadas como costosas, pero para entrar a un college estadounidense, los estudiantes deben pasar ciertos exámenes para ingresar a las universidades, y tener buenas notas para acceder a las instituciones de renombre. No es lo mismo decir que alguien va a Emory University con un porcentaje de admisión del 10% a ir a la UTEP donde todos entran. Ya no se diga Harvard, Binghamton o MIT.

¿Y en El Salvador?

Son muy pocas las universidades que exigen un examen de admisión como requisito de ingreso. La UES se entiende por querer colar la gran mayoría de solicitantes, pues tienen pocas vacantes para nuevo ingreso, gratis.

Pero, ¿y las demás? La educación en El Salvador enfrenta desafíos estructurales que limitan su capacidad para formar ciudadanos preparados y competentes en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. Lo sé. Y habla un formado y graduado de profesor y licenciado en la UES con posgrados en el extranjero.

Las cosas están cambiando, pero uno de los principales problemas radica en la rigidez de los planes de estudio, los cuales, debido a la burocracia, no responden a las necesidades del entorno ni a los cambios en el mercado laboral. Las reformas educativas, cuando ocurren, son perversas, lentas y superficiales, lo que impide que los estudiantes adquieran habilidades relevantes para el mundo moderno. Esta falta de actualización genera que el sistema educativo no esté en sintonía con la realidad, lo que contribuye a la frustración de los estudiantes y docentes.

La reducción del bachillerato a dos años no permite que el estudiante esté emocional o intelectualmente preparado para la universidad. En nuestro sistema educativo, las pruebas estandarizadas como la PAES o la más reciente Avanzo, se utilizan para medir los conocimientos adquiridos por los estudiantes, pero su utilidad ha sido nula. “Es como saber que el niño tiene fiebre, pero no le damos la medicina” decía Picardo en una reciente entrevista. Estas pruebas no ofrecen una evaluación integral del aprendizaje y, en muchos casos, se limitan a medir la capacidad de memorizar datos, en lugar de fomentar habilidades críticas y analíticas. Además, no reflejan el verdadero nivel de los estudiantes, ya que están diseñadas más como un trámite administrativo que como una herramienta para mejorar el sistema educativo. Estas pruebas, lejos de incentivar un proceso de aprendizaje significativo, refuerzan un enfoque superficial de la educación.

Ahora hablemos de pisto. El enfoque comercial que han adoptado muchas universidades en El Salvador representa otro obstáculo para la mejora de la calidad educativa. Las universidades parecen estar más interesadas en maximizar sus ingresos y aumentar el número de matriculados que en ofrecer una educación de calidad. No es para nadie un secreto que se otorgan títulos universitarios sin garantizar que los estudiantes realmente hayan adquirido las competencias necesarias para desempeñarse en el campo laboral o intelectual. Este enfoque comercial perpetúa una cultura en la que estudiar no es un proceso para adquirir conocimiento, sino simplemente un paso para obtener un título, creando una mentalidad donde la educación se persigue más como un trámite para obtener un documento que garantice estatus social que como un verdadero proceso de formación. Muchas universidades y plataformas en línea han hecho esfuerzos significativos para mejorar la calidad de la educación, implementar mejores recursos didácticos y desarrollar estrategias pedagógicas que se adapten a las particularidades del aprendizaje virtual. Aun así, es notable la proliferación de anuncios de universidades locales o extranjeras con clases virtuales. La expansión de las plataformas de educación en línea ha sido impulsada, en parte, por el deseo de incrementar los ingresos y la notoriedad, más que por un genuino interés en mejorar o disponibilizar la educación ya que las instituciones priorizan los beneficios económicos sobre los resultados educativos, lo que alimenta mi desconfianza en el sistema.

En mis clases, les insisto a mis estudiantes que debe haber responsabilidad individual para aprender y para investigar lo que el docente dice. En mis años mozos, cuando decidí estudiar portugués, tuve profesores que divagaban entre la lengua y sus vidas personales y dejaban lo lingüístico de lado. Ahora, en la virtualidad o la mal llamada semipresencialidad, los estudiantes deben tener una mayor entereza personal debido a la proliferación de distractores que interfieren con el aprendizaje. Si bien este tipo de educación ha permitido el acceso a miles de estudiantes alrededor del mundo, también ha sido criticada por la falta de calidad percibida por algunos y el impacto que tiene en la capacidad de los estudiantes para concentrarse en sus estudios. Es importante analizar el trasfondo de estas críticas para entender si se deben a problemas inherentes del sistema de educación en línea o si surgen de una combinación de factores externos, como el comportamiento de los estudiantes y las expectativas de las instituciones.

A pesar de tener un doctorado, quise hace unos meses hacer un diplomado en investigación científica y el resultado fue desastroso. Entiendo que muchos de mis compañeritos estaban en el curso porque eran obligados a tomarlo o porque deseaban agregar ese “diplomado” a su currículum. Lo que pasó en este diplomado es otra cuestión que afecta negativamente la educación en El Salvador: la falta de preparación didáctica de muchos profesores. Aunque conozco a muchos profesionales y sé que son expertos en sus disciplinas, no cuentan con las habilidades pedagógicas necesarias para transmitir el conocimiento de manera efectiva.

Como jefe editorial de una universidad, le cuestiono a mis colegas que investiguen y escriban sobre su quehacer académico, pero achacan su desinterés por el enfoque administrativo en la formación docente, donde el sistema se centra más en cumplir requisitos formales que en desarrollar la capacidad pedagógica y científica de los catedráticos. Este modelo enfocado en lo burocrático deja poco espacio para la creatividad y la innovación en las aulas, lo que limita el potencial de los estudiantes (y profesores) para desarrollar pensamiento crítico y habilidades para resolver problemas.

Es entonces fundamental que todos los involucrados en el sistema educativo salvadoreño -desde los estudiantes, profesores hasta los editores de revistas científicas- adoptemos una postura más crítica y comprometida con la mejora continua del sistema para evitar caer en la mediocridad y garantizar el potencial transformador de la educación. No ocurrirán cambios drásticos de la noche a la mañana, no nos convertiremos en Singapur, pero si se deja de tener una visión obsoleta del sistema educativo se podrá replantear la educación desde una perspectiva más científica y comprometida con la realidad, nuestra realidad académica o vocacional, donde el conocimiento y las habilidades prácticas sean verdaderamente valoradas.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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