Así le llamaron al reciente encuentro de siete candidatos presidenciales en el auditórium de una reconocida universidad privada de San Pedro Sula. Los siete, muy elegantes y educados, lucieron presentables y hasta simpáticos en la mayoría de sus intervenciones ante el público asistente. La moderación estuvo a la altura del evento y fue muy profesional y acertada. Solo faltaron dos candidatos, el gobernante actual, reciclado ilegalmente en candidato presidencial, y la nueva dueña del también reciclado Partido Anticorrupción. Una ausencia notoria y otra casi imperceptible.
Pero, haciendo a un lado las formas y la logística del evento, cabe entonces centrarnos en la calidad de las exposiciones y la lógica misma de las respuestas y opiniones de los interpelados. Casi todos, con algunos momentos de excepción y lucidez, mostraron un conocimiento hasta cierto punto superficial y ligero sobre la realidad nacional. Sus respuestas lucían vagas, condicionadas más por su sentido de oferta y promesa que por el de propuesta concreta. Hacían proselitismo más que análisis de los hechos, algunos hasta sucumbieron, por momentos, a los delirios de la euforia y el vaticinio ilusorio. No faltaron aquellos que más parecían agitadores de barricada que aspirantes serios a gobernar el país. Uno de ellos, presa del entusiasmo y con agudo sentido del oportunismo, llegó a ofrecer sus buenos oficios para mediar como presidente de la república, mientras se ponen de acuerdo los candidatos con mayor opción de triunfo. Otro, en nombre de una coalición tan minúscula como cuestionable, hacía promesas de imposible cumplimiento y ofrecía casi el paraíso celestial en estas honduras. Pareciera que entre más pequeña es la agrupación política y menores son sus posibilidades de triunfo, mayor es la tentación por ofrecer lo imposible y prometer lo incumplible. Eso equivale a confundir las propuestas de gobierno con la demagogia proselitista.
Escuché con mucha atención sus respuestas, tratando de encontrar en ellas el núcleo racional que les dé trascendencia y vitalidad creadora. Pensé que en sus intervenciones podría encontrar insumos valiosos para el proyecto de investigación que estamos llevando a cabo actualmente en nuestro Centro de Documentación: análisis comparativo de la agenda electoral de los partidos políticos y sus respectivos candidatos presidenciales, a través de cinco variables (seguridad, corrupción, migración, debilidad institucional y actitud hacia la sociedad civil). Debo confesar que hallé muy pocas ideas o conceptos de algún valor teórico que me permitan captar mejor el verdadero pensamiento y las ideas concretas de cada uno de ellos.
Por supuesto, no todo es lineal ni debo generalizar indiscriminadamente. Ya sabemos que toda generalización conduce siempre a una simplificación improductiva. Más de alguno ofreció respuestas concretas y dijo cosas interesantes, aunque casi siempre faltó el respaldo estadístico oportuno y el argumento necesario para asegurar la viabilidad de sus ofertas. No basta con prometer las soluciones; es preciso demostrar cuan viables son las mismas, en donde están los recursos que las garantizan y dan la sostenibilidad requerida. La viabilidad de la oferta electoral es condición indispensable para volverla creíble y confiable. De lo contrario se queda y agota en la simple demagogia cotidiana, en la promesa chapucera del discurso proselitista.
No se debe confundir la tribuna del debate con la barricada callejera, tampoco la promesa con la propuesta, ni la oferta con el proyecto político. En una situación semejante debería prevalecer el análisis frío, la argumentación cuidadosa, basada en la objetividad y la lógica, para mostrar la condición de estadista por encima de la imagen del simple demagogo de ocasión. Entiendo que no se puede ni se debe pedir tales requisitos a todos los candidatos, pero al menos un par de ellos, con mayores posibilidades de convertirse en gobernantes, están obligados a mostrar una casta diferente, una capacidad convincente, el suficiente autocontrol que garantice seriedad y sosiego al momento de tomar grandes decisiones. Eso es lo que debería suceder si es que de verdad queremos devolverle a la política la legitimidad suficiente y el prestigio perdidos en los últimos tiempos.
Está bien que algunos candidatos de los partidos de maletín se desgañiten y digan improperios sin ton ni son. No es mucho lo que podemos esperar de ellos. Pero está mal que los candidatos que tienen reales posibilidades de convertirse en gobernantes, se agarren de las greñas en una improductiva campaña de descalificación mutua y reproches innecesarios.
El electorado merece algo más, algo mejor, algo nuevo y convincente, que nos permita siquiera soñar con una Honduras diferente y superior.