Ahora que estamos en época de elecciones, discursos y promesas
En una carta a Francesco Guicciardini, de mayo de 1521, Maquiavelo le suelta a su amigo que “desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”.
Cuando alguien no dice nunca lo que cree, miente. Y cuando no cree nunca lo que dice, miente también. Si esta es la base de una norma de vida, la verdad estorba. Por eso, el aserto de Maquiavelo termina con el esfuerzo de esconder la verdad con mentiras cuando aquélla se cuela entre la maraña de falsedades del mentiroso. Esta es la clave para entender el mundo de los servicios de inteligencia y las técnicas de manipulación mediática de masas. Porque al invertir el proceso y colar una que otra verdad en una red intencionada de mentiras, se le da al falso relato un efecto de realidad que confunde a la masa y la empuja a especular ad infinitum. Esto hace que la verdad repose oculta siempre y que cuando algo más ocurra, el mecanismo se vuelva a repetir. Es el principio de las “cajas chinas” o rutinas mediante las cuales un escándalo verdadero se oculta con uno mayor, falso, mientras se elabora la red de mentiras que resignificarán la verdad central del primero.
Mentir de modo sistemático es uno de los procedimientos básicos de la política como práctica y como discurso de poder, no sólo en la modernidad ─que es la era de la que Maquiavelo es patriarca teórico-político─, sino también en la antigüedad, ya se trate de las ciudades-Estado griegas y mayas o de los imperios romano, azteca e inca. La mentira en la práctica política ocurre cuando el acto político se realiza con fines distintos a los voceados en el discurso, en el cual se miente al adjudicarle al acto una finalidad diferente de la verdadera. La verdad política se remite siempre a la conveniencia del poder. Y la mentira política se remite siempre a la ilusión que el poder necesita crear en las masas para que éstas lo apoyen en sus decisiones de provecho propio (que no convienen a las masas). Maquiavelo comprendió a cabalidad.
Ergo, la estrecha relación entre el ejercicio de la violencia que conviene al poder y el discurso que la justifica apelando a causas distintas a la verdadera ─como la amenaza del enemigo interno o externo─, está mediada por el juego de ocultar la verdad con mentiras para manipular a las masas y hacerlas fogosas partícipes de guerras internas o externas.
Pero, ojo: cuando ideológicamente la masa está convencida de que la mentira del poder es verdad, no hay necesidad de la violencia, sino sólo de la manipulación de la voluntad. Así funciona la hegemonía. Por eso, Maquiavelo también advirtió: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”.