A veces se peca por generalizar, pero la realidad salvadoreña es tan áspera y tan palpable que uno no se puede esconder de ella ni huir de ella. La gente se escandaliza por los recientes tiroteos en Estados Unidos pero tenemos nuestra propia violencia doméstica de la cual no escapamos.
Con ese pseudo nacionalismo que está en boga, nos molesta que los gringos nos maltraten y demandamos que se extienda un permiso temporal de trabajo mientras en El Salvador maltratamos a los nicaragí¼enses y les decimos a los hondureños y guatemaltecos que se regresen a sus países. Hay que ser coherentes: o todos en la cama, o todos en el suelo.
Como si no bastase la violencia física diaria, se debe luchar contra la violencia verbal y emocional que bombardea a diario a la sociedad.
En un país monocultural, monoreligioso, monosexual y monolingí¼e como el nuestro, hay que remar contra corriente y luchar contra la intolerancia que impera y permea todos los ámbitos del país. Se es intolerante hacia todo lo que no nos gusta: los índios gí¼iyos del monte, los negros feos, los protestantes y los musulmanes, los que tienen tatuajes o llevan piercings, los maricones y todos aquellos que hablan una lengua que no sea español o inglés, porque aquí “todos hablan inglés”.
Jorge Lemus habla de su incansable esfuerzo para promover la cultura y el idioma pipil, comenzando donde aún quedan rasgos indígenas en el país. Enhorabuena. El problema es que los salvadoreños no le verán beneficio alguno y se reirán del proyecto porque nadie quiere ser indio. Ya un periódico local en su risible pero malintencionado editorial dijo que sería mejor aprender chino o inglés y no volver a usar taparrabo. Pensemos en la palabra indio. ¿Cuál es el significado que tenemos de indio? Y por la confusión de Cristóbal Colón al perderse y pensar que había llegado a India, ahora llamamos a los indígenas, indios. Pero en El Salvador no hay indios, ¿o sí? Aquí se cree que los inditos son de Guate o de Bolivia, menos nosotros. Nadie se identifica con ser mestizo. Nadie quiere tener raíces indígenas. Todos tienen un pariente conocido que vino de Lisboa, Andalucía, Madrid, Coimbra, Galicia, de donde sea, menos de Tajcuilulan, Masahuat o de uno de tantos cantones que nos rodean. Nadie en el país se siente nacionalista mientras el no tener país sea una válida excusa. Si hay juegos de fútbol o disputas territoriales entonces sí somos salvadoreños mientras nos dure la euforia. Todos humillan al campesino por su acento o por su tufo a indio, pero viene el partido y allí sí cambia de nombre el país para nombrarlo Cuscatlán, la Selecta Cuscatleca. Ahí es cuando se nos sale el indio que tanto negamos.
La violencia silenciosa es como el racismo taimado de los gringos: está ahí aunque se niegue. Ser indígena, campesino, negro, discapacitado o ser de tugurios marginales o de áreas populosas es una ofensa en este país. Ser blanco, alto y con ojos azules es tener la mitad de la vida resuelta. El caso más palpable es el aeropuerto donde grandes paredes de vidrio mantienen a la chusma afuera esperando a sus parientes, en el despiadado calor. Los que logran entrar a comer comida de acabados en la terraza de observación se encuentran con un aire más denso que en las salas de embarque. La inversión millonaria que se hizo en el aeropuerto no se hizo pensando en los niños, en personas mayores o discapacitadas. Se hizo para el que puede pagar y para que al llegar vean el espejismo que el aeropuerto es de primer nivel.
En un país donde tener títulos es haber llegado a la cúspide, aunque sean comprados, falsos o aunque provengan de la universidades sin prestigio, nos gusta que nos adjudiquen títulos que no son y no corregimos a la gente y llegamos a menospreciar, humillar o hasta degradar verbalmente a aquellos a quienes consideramos inferiores. De ahí nuestra actitud de desprecio con el mesero, con el obrero, con el asalariado. Les llamamos mozos en forma peyorativa. Vestimos a la doméstica con ropas propias de su clase social porque tememos que se pueda ver igual que la patrona.
Al ex presidente Sánchez Cerén no era presidente a secas, sino el profesor. A Bukele algunos columnistas le llaman bachiller, no con respeto sino con mofa. Y es que como ir a la iglesia no te convierte en santo, ostentar títulos no te convierte en una persona medianamente inteligente ni educada, ni siquiera te garantiza el éxito. Hay personas que no saben leer ni escribir y son notorios comerciantes o ganaderos.
No hay que obligar a los hijos a ir a la universidad a obtener ese título que los padres tanto ansían si ellos pueden resolverse en otros ámbitos haciendo pupusas, reparando motos, etc. Ser mecánico no te hace chusma, así como ser doctor no te saca de ella.
Ya es hora que abracemos lo nuestro. Lo indígena. Lo mestizo. Es hora que dejemos de lado el esnobismo, el clasismo y el racismo. Ya es hora que dejemos de burlarnos del habla migueleña. No permitamos que Hollywood nos imponga cómo se debe ver una persona. Que no nos dé vergí¼enza decir que somos del monte, del cantón. No cambiemos el vos por el tú. Volvamos a tomar agua de la manguera. A esas viejitas de Nahuizalco que vienen a vender a los mercados, veámoslas con respeto, no con curiosidad de zoológico. No menospreciemos a los inditos. ¡Qué se nos salga el indio, qué andemos con indiadas!