Mientras centenares de católicos salvadoreños preparan su equipaje para viajar a Roma, a la canonización de Monseñor Romero -San Romero de América- el próximo 14 de octubre, el candidato presidencial de ARENA, Carlos Calleja, en un discurso -tímido y vacilante- deslegitimó el histórico Informe de la Comisión de la Verdad, intentando negar que el autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero fue el fundador de su partido, mayor Roberto D´Aubuisson.
Dudar del Informe de la Comisión de la Verdad, y ratificado por el Estado Vaticano, es un chiste de mal gusto y, sobre todo, una afrenta al verdadero pueblo católico -y hasta el no católico- de El Salvador. También, para el ciudadano consciente, resulta un mal chiste que el candidato afirme que sus políticas van en línea con “la visión inclusiva de Monseñor Romero”, y que, además, es un ferviente católico. No se necesita mucho para descubrir incoherencia total, entre esta afirmación y la anterior, relacionada con el Informe de la Comisión de la Verdad.
La reciente historia socio-política del país, y las propias vivencias, dan fe -sin pasionismo alguno- de lo ocurrido el 24 de marzo de 1980, así como los antecedentes de insultos y amenazas, que ese día culminaron con el asesinato de Monseñor Romero. El pueblo, indistintamente de credos políticos y religiosos, lo sabe y, por lo mismo, está fuera de lugar la promesa del candidato, en el sentido de que su “gobierno investigará el caso de Monseñor Romero” (¿?). Ya es un hecho consumado. Y son de sobra conocidos los antecedentes y autores, intelectuales y materiales, del crimen. La víctima ha sido reivindicada, y hasta será canonizada…
No es posible ignorar estos hechos de reciente historia, a partir de 1980. Menos que los ignoren los políticos, y más si aspiran a las primeras magistraturas del país. No se vale. Por ejemplo, en este caso del magnicidio de Monseñor Romero, imposible ignorar que, desatada la guerra 1980-1992, la mayor preocupación de los Estados Unidos, en su política hacia El Salvador, estaba relacionada con la constante violación a los derechos humanos, que planteaba expectativas sombrías por la inconformidad popular, dentro de la cual era relevante el papel de denuncia evangélica de los activistas religiosos, que acompañaban al pueblo en sus demandas.
En ese marco, el 24 de marzo de 1980 se da el incalificable asesinato del Arzobispo, Monseñor Romero, cuya muerte evidenció luto general e incontables protestas a nivel nacional e internacional, con demandas posteriores por la impunidad del crimen.
Un día antes, el 23 de marzo, durante una misa en la Basílica del Sagrado Corazón, en el centro de San Salvador, precisamente cuando la cantidad de asesinados y desaparecidos por el ejército salvadoreño ascendía a millares y parecía incontenible, Monseñor Romero, con su anuncio del Evangelio y su denuncia de las injusticias, con grito profético había clamado desde el púlpito:
– En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!
Al día siguiente, mientras Monseñor Romero oficiaba una misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, una bala explosiva procedente de un fusil calibre 22, equipado con mira telescópica y disparada por un tirador experto, le ocasionó la muerte.
Ahí comenzaría, sin duda, una eterna y enorme conciencia de resurrección hacia todos los rumbos del planeta. También, a partir de ahí, comenzaron las investigaciones. El Informe de la Comisión de la Verdad, el Estado Vaticano, testimonios de comisiones especiales y de organismos de derechos humanos, coincidentes y seguros de su veracidad, señalaron al ahora fallecido mayor Roberto D´Aubuisson, fundador del partido ARENA, como el responsable intelectual, y al capitán ílvaro Saravia, como uno de los coordinadores materiales del crimen.
¡”Cese la represión…”!, fue el reclamo enérgico de Monseñor Romero, que provocó más la ira del ejército salvadoreño y selló su sentencia de muerte aquel fatídico día… y acto seguido, por odio a la fe, el entonces Monseñor Romero, ahora Beato y ya pronto San Romero, fue vilmente asesinado. Y esta es parte de su historia, única e irrepetible.