El lunes 8 de enero de 2018 será recordado sin duda, como aquel en el que la nación salvadoreña por completo recibió una herida profunda y además, inmerecida para esos más de 190,000 salvadoreños que, inscritos por casi dos décadas en este programa de apoyo, han construido su proyecto de vida en Estados Unidos estudiando, trabajando y emprendiendo.
Quiero enfatizar aquí el término nación como el que desde mi sentir es el que recibe este golpe, y además lo quiero separar por completo del término Estado, porque éste último es el que desde mi óptica, es una de las partes que merece la más fuerte de nuestras censuras.
Salvadoreños han ido por décadas a ese país a buscar el proyecto de vida que en su territorio no les fue posible construir; con frustración afirmo que los gobiernos que han ocupado el Estado salvadoreño en los últimos 30 años no han dejado de cumplir lo que Alexis de Tocqueville predijo hace casi dos siglos, -cuando la era de la democracia era aún incipiente, y suponía sustituir el dominio de las minorías por el de las mayorías-, en relación a que esto en vez de simplificar iba a provocar una complicación de las sociedades, de sus políticas. Con decepción es posible comprobar como en nuestra política los gobernantes han actuado en teoría en nombre de “la gente”, pero en lo profundo de acuerdo a sus partidarios o personales intereses y eso, justamente, es lo que la realidad ha dicho por décadas a esta nación que no hay para todos, que muchos deben partir del territorio.
Los salvadoreños somos una nación porque la mayor parte del dinero que han generado en aquel país ha venido a dar aquí, al resto de sus familias, para que estas puedan completar con este aporte lo que los exiguos sueldos, la falta de oportunidades de empleo y la pésima educación no les permiten conseguir. Somos nación porque salvadoreños allá se preocupan por lo que pasa aquí e incluso invierten en colegios, universidades y emprendimientos en este territorio aun si son pequeños fondos monetarios con los que cuentan. Y también lo somos porque muchos de quienes mueren allá piden venir a descansar aquí, aun si se fueron la mayor parte de sus vidas, y sus hijos cumplen ese deseo final a pesar de los altos costos que esto tiene, en señal de amor y respeto.
La otra parte que merece censura es la que ahora apoya una decisión como ésta a su presidente Donald Trump. Parecen muy lejanos aquellos tiempos cuando Theodore Roosevelt, uno de los grandes presidentes de Estados Unidos abogó por un nacionalismo que en nada se parece al que el actual presidente está exacerbando, sino que se trató de una exhortación a los inmigrantes que llegaban en busca de una nueva vida, a que se incorporaran a la sociedad americana lo antes posible, llamamiento que tuvo gran éxito durante casi todo el siglo XX. Pero como dicen los historiadores, el tipo de contribuciones que los líderes hacen al mundo es lo que les da su lugar en la Historia; la verdadera medida del éxito se centra aquí y no cuesta afirmar que este ha sido un paso equivocado como líder, como Estado, mas no para una buena parte de la nación norteamericana que desde diferentes disciplinas expresan estar en contra de esta medida.
La presencia de salvadoreños allá y aquí es mera geografía: somos nación porque esto nos duele a todos, y como nación también, sentimos que esta realidad debe ser cambiada dentro de nuestro territorio en vez de tan solo partir; y parece que como pocas veces, lo que nos han dejado los gobiernos anteriores y también el actual nos va haciendo comprender que es hora que cada Estado presidido por los gobernantes que elegimos, comience a trabajar en función del verdadero sentir de las mayorías, de nuestra nación; es hora.