Por Gabriel Otero
Uno de los clisés en boga más aturdidores es la mentada “calidad de vida”, condensación de conceptos nacidos muertos en boca de políticos, palabras esperanzadoras como buenos deseos en un epitafio.
Los empresarios no se quedan atrás, la utilidad nunca se sacrifica por la calidad y menos para darle vida a sus empleados sino es en sus instalaciones. El único bienestar posible es producir algo a bajo costo. La acumulación de riqueza como fin último para el empresario, los recursos humanos son sólo peones sacrificables para la meta corporativa.
La calidad de vida es sólo un propósito en discursos y documentos el aderezo rimbombante que tiene todo plan de gobierno, llámese progresista o conservador. En la aldea global de Marshal MacLuhan cualquier mensaje es factible.
Usted y yo pertenecemos a la devastada clase media, nos ufanamos de poseer mundo, visión, experiencia, imaginación, creatividad, maestrías y doctorados, nadie, afirmamos, ha estado mejor preparado que nosotros para dirigir gobiernos o empresas.
La vida nos desmiente a cada momento, en pleno siglo XXI no hemos logrado equilibrar la balanza, pensamos que la plurifuncionalidad de un puesto reduce costos para la empresa o gobierno pero olvidamos que denigra a quien lo desempeña, creemos en la apertura del mercado y suprimimos los subsidios pero ignoramos al hambriento, nos hacemos llamar libre pensadores pero nos perturban las opiniones de los otros, legislamos para el bien común pero toleramos las taras y corrupciones institucionales. Esas son nuestras contribuciones cotidianas para mejorar la calidad de vida.
Olvidamos nuestra condición de marionetas del dinero o del poder, o de ambos, cavilamos sobre las injusticias mundiales pero especulamos con los bienes y el dinero de otros, nos quejamos de las condiciones políticas y la inseguridad pero ingenuos omitimos el pequeño detalle que nosotros elegimos a nuestros gobernantes.
Fomentamos lo que padecemos, miramos ciegos al cielo buscando respuestas cuando están dentro de nosotros, aunque la frase suene desgastada hoy cobra más vigencia que nunca.
Apelemos a la solidaridad, no intentemos exiliar al limbo los restos de humanidad que aún nos quedan.