jueves, 5 diciembre 2024
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Breve defensa del chiste ofensivo (2)

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La afrenta jocosa es casi siempre intercambiable y traducible.

Cuenta Zizek en su libro Mis chistes, mi filosofí­a que “Hay un chiste israelí­ en el que Bill Clinton visita a Bibi Netanyahu: cuando Clinton ve un misterioso teléfono azul en el despacho de Bibi, le pregunta qué es, y Bibi le contesta que le permite comunicarse con el Altí­simo en el cielo. A su regreso a los Estados Unidos, el envidioso Clinton exige que su servicio secreto le proporcione ese teléfono a cualquier precio. Se lo entregan a las dos semanas, y funciona, pero la factura es exorbitante: dos millones de dólares por hablar un minuto con el Altí­simo en el cielo. Así­ que, furioso, Clinton llama a Bibi y se queja: «¿Cómo te puedes permitir ese teléfono, si ni siquiera nosotros, que te apoyamos económicamente, podemos hacerlo? ¿Así­ es como gastas nuestro dinero?». Bibi le contesta con mucha tranquilidad: «No, aquí­ no funciona así­. Para nosotros, los judí­os, esa llamada cuenta como local». Resulta interesante que, en la versión soviética del chiste, Dios sea reemplazado por el Infierno: cuando Nixon visita a Brézhnev y ve un teléfono especial, éste le explica que le sirve para comunicarse con el Infierno; al final del chiste, cuando Nixon se queja del precio de la llamada, Brézhnev le responde tranquilamente: «Para nosotros, en la Unión Soviética, telefonear al Infierno cuenta como una llamada local»”.

¿Y qué decir de Guatemala, paraí­so en el que la telefoní­a oligárquica nos carga todas las llamadas como internacionales? ¿Que estamos más allá del Cielo y el Infierno y del Bien y del Mal porque podemos darnos el lujo de pagar precios internacionales por llamadas locales? ¿O que —racistamente hablando— la mayorí­a somos intercultural y plurilingüemente pendejos? ¿Es del todo posible una sociedad, ¡un paí­s!, de puros imbéciles? Esto equivale a preguntar: ¿tienen los chistes racistas una base histórica o por el contrario su raí­z es puramente ideológica y remitida a mentalidades y prejuicios que expresan, ahora sí­, conflictos históricamente concretos? Por aquí­ va la explicación de la razón de ser y la función polí­tica de los chistes ofensivos: sirven para librar luchas por el poder. 

Hablando de chistes racistas, cuenta Zizek que “En la medida en que el melancólico se lamenta por lo que todaví­a no ha perdido, en la melancolí­a encontramos una subversión cómica inherente al procedimiento trágico del lamento, como en el viejo chiste racista sobre los gitanos: cuando llueve, son felices porque saben que después de la lluvia siempre sale el sol; cuando luce el sol, están tristes porque saben que después del sol, en algún momento, lloverá”. ¿Son tontos los gitanos? Para legiones de castellanos, gallegos, catalanes y vascos, sí­. ¿Y qué decir de los gallegos, sobre quienes recae toda la tirria española, incluida la gitana?

Hay una jocosa expresión racista que dizque tiene lugar en el parque de Chimaltenango cuando se encuentran dos cachiqueles y uno le dice al otro: “El domingo me dejaste aquí­ esperando con cara de quiché”. Traducido a la chapinada multicultural, esto se suele decir: “esperando con cara de mexicano”, quizá porque a los mexicanos les encanta aludir con frecuencia a Guatepeor. La expresión cachiquel es (como casi todos los chistes) intercambiable, pues puede ubicarse en el parque de Santa Cruz del Quiché y ridiculizar a los cachiqueles. Hermosa reciprocidad polí­ticamente incorrecta que expresa en clave jocosa enemistades históricamente fundadas que así­ se hacen inteligibles en su intimidad psicológica.

¿Me acusarán de antisemita, antiindí­gena y racista por comentar este libro de Zizek? ¿Se saben el chiste de Venancio y la Pilarica en el que ella le dice: “Oye, Venancio, te vendo un huevo”, y él le responde: “Pilarica, por Dios, ¿y para qué quiero yo un huevo vendado?” ¿Sí­? Bueno, no importa. Se los cuento para que agreguen “sexista” a las acusaciones de las que seré objeto después de publicar estos artí­culos. Porque la Pilarica se merece un mejor trato, ¿no creen? ¿Qué es eso de andar vendando —que no vendiendo— huevos por ahí­? ¿Es que acaso las mujeres son tontas por ser mujeres? ¡Hay que lincharme de inmediato!

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Mario Roberto Morales
Mario Roberto Morales
Escritor, periodista y catedrático guatemalteco; ha sido Premio Nacional de Literatura de Guatemala. Ha escrito novelas, cuentos y ensayos

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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