Por Mario Noel Rodríguez
El caballero que ingiere sus sagrados alimentos y al mismo tiempo revisa WhatsApp para dar una imagen de ser una persona de muchos compromisos, lo más seguro se meterá la comida por la nariz.
El motorista que contesta el teléfono mientras conduce, no sabe que está tocando el portón desvencijado del cielo o bien el corral de piedras del infierno.
La admirable pareja de esposos que come pupusas los domingos por la noche, aprovecha la tardanza de las contraindicadas por la nutricionista y sacan sus espectaculares teléfonos.
Dice él: esa señora de licra negra a la izquierda está más buena que vos. Contesta ella: ese señor panzón que va entrando en este momento, de seguro hace feliz a su mujer, hijo de tu mamá.
El médico con audífonos que habla él solo haciendo mates con sus manos, no se da cuenta cuando pisa una mina de chucho o de bolo.
Aquel vigilante estricto de la enorme bodega, que en la soledad de fines de semana miraba hasta el delirio en su Samsung videos XXX, no se daba cuenta que una de sus axilas velludas se le había convertido en vagina.
El astronauta salvadoreño ya levitaba en el abdomen de Dios, el oscuro Universo, pues. De repente, su teléfono timbra. Deja de manipular su computadora y revisa su iPhone. Aparece un breve texto que lo desconcentra: No te olvides dormir con gorro y encomendarte al santo Niño de Atocha, mi niño lindo. Era un mensajito de su abuela que lo hizo derramar una lágrima chilosa.
