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Ay, mi amor

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Ay, mi amor,

sin ti no entiendo el despertar.

Ay, mi amor,

sin ti mi cama es ancha.

J.M.S.

Algunas feministas realizan campañas contra “los mitos del amor romántico”, ya que sus diversas variaciones pueden ser fuente de mucha miseria humana. Sin embargo, el carácter mí­tico del amor no es el problema; al contrario, comprender el importante papel de la “ficción romántica” es esencial para mantener relaciones  satisfactorias… o al menos intentarlo.

Si ordenamos nuestras acciones considerando la distancia entre lo imaginado y lo experimentado, no es porque seamos defectuosos o enfermos, sino porque es la manera humana de actuar, incluso en el amor, sin importar la figura que adopte. Ya sea el “poliamor” o la monogamia, gestionar las acciones y emociones correspondientes exigirá muchos esfuerzos para adaptar la realidad a nuestras expectativas.

No hay una manera “natural” de amar ni figuras “no contaminadas” de las relaciones humanas. Seguramente, podemos tener unas relaciones más o menos satisfactorias que otras, pero el parámetro para valorarlas siempre será cultural. Es falsa la noción de que el patriarcado o el capitalismo hayan pervertido “nuestro modo natural de querer”, y resulta inútil pensar que podamos recuperar alguna especie de inocencia primitiva.

Solamente dentro de una cultura encontramos al “prí­ncipe azul” y también a la “bruja” del cuento, su antagonista. Si podemos dar razones para justificar que las jóvenes deben poner lí­mites a sus anhelantes pretendientes ―para protegerse de diversas formas de agresión, por ejemplo―, no es porque pensemos que su amor deba ser “salvaje como el de las lobas”, sino porque ninguna mujer deberí­a ser ví­ctima de la violencia.

En realidad, y en contra del empirismo vulgar de ciertas feministas, solo por su carácter metafórico pueden ser útiles los ejemplos que recurren a animales. ¿No es ilustrativo que les guste compararse con lobas, pero no con hienas, esas implacables matriarcas? Yo celebro que no lo hagan, ya que la mala fama de estas últimas resultarí­a bastante contraproducente. ¿Se imaginan el lema: “Libres como hienas”? Espantoso, lo sé. Pero la cuestión esencial es que ni las lobas ni las hienas deben interesarnos, sino solo la representación cultural ―humana― que asociamos a ellas.

No todo fracaso amoroso se debe a mitos que nos alienan; probablemente, su origen reside en que no nos esforzamos como deberí­amos para que la realidad encaje con nuestros anhelos. Todo el amor que podemos alcanzar solo vale la pena si aspira a ser como lo imaginamos. Este es el territorio de las metáforas, el arte, los poemas y las canciones de amor, todos ellos “mitos”: fantasí­as sobre cómo nos imaginamos con alguien más, viviendo juntos, queriéndonos, protegiéndonos el uno al otro…

Esa necesidad que tenemos de alguien a nuestro lado es inseparable de nuestras fantasí­as. Intentar poner freno al deseo, o pretender subordinarlo a “los hechos” y la corrección polí­tica, es simplemente inútil. Una vez dentro de la casa del amor, ¿deberí­a extrañarnos que lo imaginemos perfecto e infinito?

 (*) Académico y columnista de ContraPunto

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Carlos Molina
Carlos Molina
Colaborador ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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