Una de las primeras decisiones que dio forma a La batalla del volcán, el primer relato cinematográfico sobre la ofensiva guerrillera de 1989, fue que tenía que ser una película coral, expone el cineasta Julio López frente a la clase de estudiantes de Comunicaciones que han venido a escucharlo acompañados de la catedrática.
“Para mí era importantísimo que fuera coral, no solo para darle voz a un montón de personas, sino también para poner a dialogar distintos puntos de vista, distintas ideologías” . La idea era narrar la ofensiva del día uno al día 30 en noventa minutos. Su inspiración fue el nuevo cine latinoamericano de la década de los 60, un paradigma que buscaba romper con los cánones, nutrirse de las temáticas latinoamericanas y generar pensamiento crítico.
“Cuando yo conocí este modelo dije: yo quiero hacer lo mismo, pero en Centroamérica”. Así fue como se involucró en las producciones Los ofendidos de Marcela Zamora (El Salvador), Heredera del viento de Gloria Carrión Fonseca (Nicaragua), y La asfixia de Elena Bustamante (Guatemala).
Hijo de México y El Salvador, el realizador pertenece a la generación que no vivió la experiencia de la guerra. En los días de la ofensiva “”noviembre de 1989″” López apenas tenía ocho años y además vivía en México con sus padres. No regresó a El Salvador hasta 1992, al firmarse la paz.
Aunque en la universidad optó por la carrera de Comunicación Política, terminó derivando al cine. Al principio, cuando se propuso decir algo sobre El Salvador, su intención fue retratar el “régimen de exclusión y de terror” que se vive hoy, que algunos denominan “violencia social” y otros abiertamente guerra. Había leído un texto periodístico en el que muchachos de una pandilla “”cuyas edades andaban entre los 11 y los 14 años “” describían con mucho detalle cómo torturaban a otros niños de las mismas edades que vivían a unas cuantas casas de las suyas.
“Yo no puedo explicar cómo estos niños se hicieron así; yo no lo puedo retratar porque no los entiendo”.
En este punto se echó para atrás y llegó a la conclusión de que El Salvador no entiende mucho de su conformación como país y como sociedad. Aquel primer intento de retratar una cultura de muerte fue hace siete años, y dio paso a la decisión de hablar de la guerra.
“A nivel mundial, la ofensiva Hasta el tope es la operación guerrillera más importante llevada a cabo en América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Solo por eso debería estar en los anales de la historia”.
Pero aunque encontró un par de libros (entre ellos El silencio de la batalla, de Berné Ayala) y una montaña de materiales periodísticos, no daba con un relato que englobara y explicara la ofensiva. Este fue el primer reto que tuvo que enfrentar.
La investigación
“En todos los libros de historia siempre viene la ofensiva reducida a dos párrafos. No existe una historiografía. Nos tardamos aproximadamente tres años en encontrar todo lo que se había producido”, lo que incluía materiales de archivo, notas de prensa, variados testimonios, libros y blogs de excombatientes, abundantes referencias en Google y Facebook, así como pilas de fotografías, algunas de ellas en archivos en Cuba. Pero en general, faltando una crónica que englobara esos días de noviembre, hubo que partir de cero.
De ahí, se dedicó a buscar personas que hubieran vivido de una forma u otra los combates. En este punto, se explica, si se considera el número de guerrilleros y de efectivos militares que estaban destacados en San Salvador ““tres mil y diez mil, respectivamente”“ y a ellos se agrega el total de la población que tenía la capital ese año, se puede concluir que deben existir 1.3 millones de testimonios.
Al final, Julio López llevó a cabo “entrevistas de largo aliento” con 100 protagonistas. A la hora de armar la película, ya él sabía cómo esas personas vivieron la ofensiva.
La primera parte de las entrevistas se hizo “en seco”. Sin cámara ni grabadora. Para esos efectos, mandaron a imprimir en papel bond decenas de copias de un mapa de San Salvador en el que aparecía el cerro de Guazapa y se lo entregaron a cada uno de los entrevistados.
“Era como ir reconstruyendo, punto por punto, cuándo entraron [los guerrilleros], dónde entraron, a qué lugares fueron”.
El segundo paso fue trasladar a los excombatientes y civiles a aquellos lugares, y hacerles recordar, esta vez frente a la cámara. Muy pocos habían regresado a esos escenarios.
“Yo sabía que al llevarlo [al entrevistado] al sitio, la memoria se iba a disparar. No solo por lo que se acordaran, sino que al estar ahí iban a recordar cosas que antes no recordaban, y además iban a recordar cómo se sintieron en ese momento. Para mí eso era muy importante: recordar cosas que no recordaban”.
“Yo sabía que al llevarlo [al entrevistado] al sitio, la memoria se iba a disparar. No solo por lo que se acordaran, sino que al estar ahí iban a recordar cosas que antes no recordaban”¦”
Un hecho inédito y para él fascinante, dice el cineasta señalando una raya pintada en el mapa que hace un recorrido de Mexicanos a la colonia Escalón, “es esta línea. Solo de esta línea se pudiera haber hecho la película”. Se trata, ni más ni menos, revela, que de la trinchera más grande que hubo en la guerra y, probablemente, la más grande que se haya hecho en toda la historia de El Salvador”.
“Esta línea era la que tenia que engendrar la insurrección popular”. En ella se encuentran los poblados que, según los presupuestos del FMLN iban a insurreccionarse, para luego lanzarse hacia el sur de la ciudad y tomársela.
Recordar
Hacer su película de forma oral y en orden cronológico, dice Julio López, significó para él sacrificar “poética y estética”. Nunca se propuso hacer un filme con la poesía de El lugar más pequeño, la película de la también mexicana-salvadoreña Tatiana Huezo, sino algo más periodístico. “Yo sabía que esto me iba a restar movilidad en el circuito de cine artístico a nivel mundial; pero no importaba, porque la película no está hecha para entrar en esos circuitos. Está hecha para que en El Salvador la gente la vea” .
Ver la ofensiva, agrega, es vivirla y sentirla: hay un montón de balazos y un intenso recorrido emocional. “La ofensiva final es la ultima batalla que se libró en el contexto de la guerra fría. La guerra terminó por lo que pasó en esta batalla, y los acuerdos de paz se dieron bajo las condiciones que se dieron por lo que pasó en esta batalla. Y la institucionalidad que tenemos hoy en día, para bien o para mal, es la que surgió de esa batalla”.
Ver la ofensiva, agrega, es vivirla y sentirla: hay un montón de balazos y un intenso recorrido emocional.
“Lo primerito que se ve en el guión de ficción lo rodamos el primer día, y lo último que se ve, lo rodamos el último día”. Se hizo así, siguiendo un recorrido cronológico, con el interés de que los espectadores sintieran la película y experimentaran en carne propia “todos los vaivenes de la película”.
“Recordar es un acto biológico, antes que un acto cultural o un acto sicológico o un acto mental. Nosotros los seres humanos tenemos la capacidad de recordar por procesos químicos. Al ir al lugar, empezamos a tener un juego imaginario en dos sentidos: por un lado, vos estás imaginándote lo que te están contando en el lugar donde paso”.
Y por el otro, el espectador se situa de cara al presente de la persona y del lugar.
“Tenemos en nuestros materiales unas escenas muy dramáticas de guerra, muerte y destrucción, y al lado, un viejito comiendo helado”.
Todo fue, termina diciendo, como un juego sobre cómo ha cambiado El Salvador, y sobre el valor que se le da a esas personas.
TRAILERS
La batalla del volcán
Julio López
Tomado con autorización del Autor de: https://www.barracudaliteraria.com