A los dos les conocí. De los dos gocé de su amistad: Roberto Armijo y Orlando Fresedo, dos poetas de aquella fecunda estirpe literaria salvadoreña, que dio vida a la poesía en la cintura del siglo pasado. Con el canto adolorido y nostálgico de un cortejo de cigarras, en un tiempo cuaresmal de distintos años, fallecieron: Armijo el 23 de marzo de 1997 y Fresedo, el 24 de marzo de 1965.
Dato curioso: ambos poetas identificaron su muerte con la trágica de Monseñor Romero (ahora San Romero), ocurrida el 24 de marzo de 1980; y con la del P. Rutilio Grande, ocurrida el 12 de marzo de 1977, falleciendo ellos también en un marzo cuaresmal de diferentes años. En vida, también identificarían el alma popular de su poesía, con la denuncia profética de San Romero y Rutilio, en la búsqueda de un mundo mejor para los salvadoreños.
Roberto Armijo nació en Dulce Nombre de María, Chalatenango, el 13 de diciembre de 1937 y falleció el 23 de marzo de 1997, en Paris Francia. Roberto fue trabajador incansable de la cultura y la política. Integrante del Círculo Cultural “Oswaldo Escobar Velado”, a mediados de la década 1950, contribuyó con importantes aportes a la literatura salvadoreña.
A nivel nacional e internacional, obtuvo varios premios, entre ellos: en 1961, el Premio “Oswaldo Escobar Velado” de la Facultad de Humanidades/UES, por sus obras “Donde se apaga el alba” y, a nivel internacional: por “Jugando a la gallina ciega” y “El príncipe no debe morir”, ambas en Quezaltenango, Guatemala, en 1969. En abril de 1983 fue declarado “Poeta Meritísimo de El Salvador”, por la Asamblea Legislativa.
Debido a las convulsiones políticas, que generaban persecución, cárcel, destierro y hasta muerte para los intelectuales de izquierda, en 1972 Roberto emigró a Europa y se radicó en París, donde fue catedrático en varias universidades. En París había enfermado gravemente y en 1996, como si premonizara su despedida, vino al país dentro de sus gestiones para legalizar su retiro en Francia.
Muchos de sus amigos compartimos momentos muy gratos y de recuerdos literarios con Roberto, hasta la hora de su regreso a Paris, donde falleció en marzo de 1997. Sus restos fueron traídos al país y recibidos aquí, en medio de verdadero sentimiento popular…
Orlando Fresedo nació en San Salvador el 30 de agosto de 1932 y murió en la misma ciudad, el 24 de marzo de 1965. Un poeta de metáfora ardiente engarzada en el soneto y poseedor de un extraordinario impulso creador. Enemigo de los convencionalismos y las poses dogmáticas, destilaba un acento aparentemente irónico y burlesco, aunque bajo aquel semblante adusto podía adivinarse la sonoridad y limpieza de un sentimiento puro.
“Mi nombre de nacimiento es Aníbal Bolaños, pero para el resto del mundo soy Orlando Fresedo…”, me dijo secamente la noche que fuimos presentados en un bar de La Praviana, en San Salvador. Su rostro dejaba adivinar los efectos del alcohol. Y en su voz poética, un tanto arisca y entrecortada, crecían la grandeza de su figura pequeña, su baja estatura, su rostro redondo y sus ademanes torpes aunque muy expresivos. Me sentí realmente identificado con aquel nuevo amigo.
Poeta de real estirpe. Su obra, casi toda dispersa en periódicos y revistas, fue reunida por varios amigos después de su muerte y eternizada en su libro “Bahía Sonora”.
“Orfebre literario -escribí yo alguna vez- Orlando Fresedo supo dejar, aunque de manera dispersa y en numerosos sonetos de extraordinaria factura y hondo sentido humano, la enigmática presencia de su vida deliciosamente desordenada”.
Una noche de marzo de 1965 corrió la noticia: Orlando Fresedo había fallecido en un lugar apartado de San Salvador, víctima del excesivo alcohol e irrespeto a sí mismo. Auto inmolación del cuerpo y del espíritu de un poeta. Una especie de suicidio lento, más poéticamente doloroso que los demás suicidios.
Su extraña manera de andar, de vestir y de elevar su canto, con total desenfado y burla frente a la vida, se marcharon aquella tarde de marzo, para volver inolvidable la pequeña gran figura del hermano poeta, único por su espíritu irreverente y por el caudal de refulgentes metáforas,
Con el canto doliente de las cigarras, este marzo cuaresmal rememora la partida de cuatro grandes salvadoreños: San Romero, P. Rutilio Grande, Roberto Armijo y Orlando Fresedo.