Algo terminó de quebrarse definitivamente el pasado 3 de febrero. El triunfo de Bukele solo fue la estocada posiblemente final a un proceso que se venía gestando desde los años 80 del siglo pasado. Las últimas elecciones quizá sean nuestra peculiar caída del muro de Berlín.
El futuro a partir de ahora quizá no sea eso que promete Bukele, pero ya no será una mera reiteración de la mirada que nos lleva gobernando en la posguerra. Algo terminó de quebrarse el pasado tres de febrero. Ahora es posible que cambie hasta nuestra forma de mirar el pasado inmediato.
Hasta ahora solíamos recriminarle al Frente que hubiese traicionado la gran promesa por la que dieron sus vidas millares de militantes y por eso hablamos del lamentable Frente de ahora y del heroico Frente del pasado. El mismo nombre oculta a dos organizaciones distintas en diferentes contextos. Y sí, hay suficientes evidencias que respaldan esa distinción, pero por qué no hacerse la pregunta de hasta qué punto el Frente de ahora (con sus taras internas de diversa índole) no es una creatura de aquel Frente al que atribuimos tantos sacrificios y tantas virtudes.
Los depredadores sexuales que se valían de su jerarquía política para cometer y ocultar sus fechorías ya existían en aquel entonces, pero no teníamos palabras para definirlos y tampoco queríamos verlos. Como mucho, eran casos aislados, desviaciones personales y no pautas que mereciesen denunciarse y discutirse.
Discutir, se discutía muy poco. Se celebraba una ceremonia de aprobación a la palabra venida de arriba y a ese ritual aprobatorio se le denominaba democracia. Discutir, se discutía muy poco y ciertamente podía ser peligroso.Cualquier opinión que se apartase del consenso acrítico entrañaba el riesgo de que fuese atribuida a un revisionista o a un agente provocador del enemigo. Los asesinatos de Roque y Mélida son un monumento al fracaso en la construcción de una verdadera cultura del diálogo que trascendiese el culto cerrado a la palabra de los caudillos verticales y armados. Ya entonces, los señores de la guerra eran los señores que patrimonializaban la verdad revolucionaria y la representación del pueblo. De aquellos polvos quizás vienen los actuales lodos.
En aquellos días ya era perceptible el criterio de que un político inteligente debía apartarse para cederle el paso y la jerarquía al dirigente armado. En aquel entonces ya era perceptible que se despreciaba a los intelectuales y no se comprendía su importancia estratégica. De aquellos polvos quizá proceden los actuales lodos.
Nuestra izquierda, tanto la de ayer como la de ahora, ha creído que el socialismo se construye fundamentalmente con sacos de arroz, frijoles y medicinas. La libertad le ha parecido siempre un lujo pequeño burgués que podía postergarse por causa de las amenazas externas e internas y en nombre de la satisfacción prioritaria de las necesidades básicas.
Esperemos que esa izquierda, nuestra izquierda, después del tres de febrero vuelva sobre sus pasos para reflexionar seriamente sobre aquellos polvos y estos lodos.