Aquel año 1936, en el norte del continente americano, el mundo presentía sombras oscuras de convulsiones sociales y Franklin Delano Roosevelt continuaba presidiendo los destinos de los Estados Unidos. Eran los albores de la Segunda Guerra Mundial.
Alemania invadía a Polonia. Inglaterra y Francia le declaraban la guerra a Alemania. En 1941, Alemania invadía a Rusia y se daba el ataque de Japón a Pearl Harbor en Hawai, cuyos efectos impulsaron a los Estados Unidos a irse a la guerra.
En España, entre1936 y 1939, si bien en el marco de la guerra civil predominaba el fervor intelectual, también la persecución, la cárcel, el destierro y la muerte eran la respuesta gubernamental al alzamiento de los patriotas españoles. La represión se hacía sentir con mucha fuerza en los sectores intelectuales de una España sorprendente, dado sus altos niveles en el arte y la cultura.
– Muera la inteligencia.
Esa había sido la expresión grotesca del general Millán Astray a don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, frase que diera marco a la ola represiva y dictatorial del régimen de Francisco Franco. Era la furia desatada, como fiera peligrosa, contra la intelectualidad que, desde sus cimientos honrosos de sabiduría y capacidad analítica, se convertía en tenaz resistencia contra la fuerza bruta y represiva del franquismo.
En medio de la cruenta guerra civil, el gobierno de Franco encarcelaba y asesinaba a escritores y poetas mundialmente reconocidos; entre otros, Federico García Lorca y Miguel Hernández.
La muerte de Federico se dio entre la noche del 19 y el amanecer del 20 de agosto de 1936. Había sido capturado el 15 por la tarde y encarcelado en Granada de donde, cerca de la medianoche, fue sacado y conducido a Viznar donde fue asesinado. La muerte violenta puso fin a la vida de uno de los más esclarecidos intelectuales del mundo, poeta y dramaturgo de España. En cuanto a Miguel Hernández, nacido en Orihuela en 1910, su personalidad de poeta cobró ribetes de especial asombro, durante la guerra civil española, entre 1936 y los primeros años de la década de los años 40.
Después de algún tiempo en prisión, Miguel murió de tuberculosis el 28 de marzo de 1942, en la cárcel de Alicante. Federico García Lorca y Miguel Hernández serían después para mí, además de autores significativamente preferidos, objeto de variados artículos periodísticos, publicados oportunamente en revistas, suplementos literarios y páginas culturales.
Federico y Miguel, dos poetas eternos. Dos seres redimidos en el tiempo. Por ambos, España aprisiona por siempre en su seno, como eco sin fin, aquel adiós sin ausencia que escribiera Miguel Hernández:
– Adiós hermanos, compañeros, mis amigos,
despedidme del sol y de los trigos…
Muchos otros intelectuales españoles corrieron la misma suerte mortal de García Lorca y Hernández; o la suerte de persecución, prisión y destierro, como el caso del poeta Antonio Machado, quien en febrero de 1939 desde Cataluña fue lanzado a sufrir su destierro en Collioure, Francia, junto a miles de republicanos derrotados por Franco. En aquella ciudad vivió sus últimos días; ahí murió y fue enterrado, para dolor de su España querida. Jan Manuel Sarrat, el cantautor compatriota de Machado, inmortalizó el recuerdo del poeta que “murió lejos del hogar y ahora lo cubre el polvo de un país vecino”.
– Caminante no hay camino
se hace camino al andar…
O el caso de Rafael Alberti, gran poeta autor de “Marinero en tierra”, fallecido mucho después de los sucesos relatados. Y el otro caso muy singular del poeta Marcos Ana, prisionero durante 23 años, entre 1939 y 1961, en las cárceles del régimen de Franco. Marcos Ana es el pseudónimo de Fernando Macarro Castillo, quien lo adoptó uniendo los nombres de sus padres, Marcos y Ana, como homenaje a sus progenitores fallecidos durante la guerra.
Junto a Miguel Hernández y Marcos Ana, otros grandes presidiarios del mundo, como Nazim Hikmet, Oscar Wilde, José Santos Chocano, Roque Dalton…, seguirán siendo recordados por su sacrificio vital y por haber impulsado con creces la cultura universal.