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Se veí­a venir y se olfateaba su cercaní­a. Sabí­amos que en la medida que la Misión de apoyo a la lucha contra la corrupción y la impunidad, la MACCIH, avanzara y se fuera fortaleciendo en su estructura interna  y en la composición de su equipo humano, la arremetida de los corruptos en su contra serí­a cada vez más intensa y persistente. La creciente fortaleza de la MACCIH era, y no podí­a ser de otra manera, una amenaza latente contra las amplias redes de corrupción incrustadas en el Estado, acostumbradas a medrar en ambientes de absoluta impunidad, cuando no de solí­cita tolerancia y hasta de complacencia y complicidad festiva.

 La MACCI H, que más de alguno consideró en sus inicios el fruto de una maniobra palaciega, concertada con un organismo internacional (la OEA), nació en medio de la duda y el escepticismo. No fuimos muchos los que apostamos por concederle el beneficio de la duda, sin descalificarla a priori ni satanizar su origen. Creí­mos y depositamos una confianza, a veces vacilante, a veces cautelosa, en su desarrollo y posibilidades. Su conductor principal, el doctor Juan Jiménez Mayor, contribuí­a, con su prestigio bien ganado y su talante de hombre honesto y valiente, a fortalecer y dar ánimos a nuestras esperanzas. Creo que no nos equivocamos.

En la medida que se fortalecí­a y consolidaba su incipiente institucionalidad, la MACCIH generaba suspicacias y temores en algunos cí­rculos de las élites polí­ticas y empresariales, acostumbrados a medrar en los vericuetos de la corrupción y la impunidad. Son los corruptores por excelencia. Las contrapartes inevitables de los corruptos incrustados en el Estado. El complemento sucio y maloliente de los funcionarios inescrupulosos que dominan el arte siniestro de convertir los bienes y el poder públicos en sustanciosos y abundantes beneficios privados. La magia que recicla el dinero del Estado hacia los bolsillos privados de sus funcionarios y amigotes o correligionarios del partido de gobierno. Son las redes de la corrupción, arropadas por un manto apestoso de impunidad y complicidad judicial. Es el sistema integral de corrupción que corroe y neutraliza a todos los eslabones del Estado hondureño.

Ese es y ha sido el sistema que reacciona, con precisión de cómplices asustados, ante el avance de la MACCIH. Son los autores, promotores y protagonistas de las múltiples conspiraciones locales y externas que han desembocado en la renuncia obligada del vocero principal de la MACCIH, el doctor y jurista peruano Juan Jiménez Mayor, y de algunos de sus principales colaboradores.

Jiménez y su equipo se empeñaron en crear un sistema integral anticorrupción, tanto a nivel institucional, normativo y operacional, para poder enfrentar con alguna posibilidad de éxito al sistema de corrupción integral ya establecido y conformado en el paí­s. Tuvieron un éxito relativo y parcial. La resistencia del régimen, la oposición, callada o bulliciosa, de los corruptos locales, se encargaron de poner obstáculos en el camino, impedir la oportuna aprobación de leyes y reformas legislativas (Ley de secretos, Ley de colaboración eficaz, Ley de presupuesto, etc.) para dificultar y, eventualmente, hacer fracasar el trabajo de la MACCIH. Pero la conspiración no fue sólo local. Habí­a y hay también intereses externos, grupos y cofradí­as burocráticas internacionales, interesados en impedir el éxito de la MACCIH y hacer fracasar la cruzada anticorrupción de Jiménez y compañí­a. Las conspiraciones son múltiples, internas y externas, grandes y pequeñas, personales y colectivas. Un ovillo de podredumbre, un laberinto de corrupción e impunidad, debidamente concertado en contra de la MACCIH y de la sociedad hondureña.

La renuncia obligada del doctor Jiménez, un hombre valiente pero acosado por una pandilla de corruptos y desleales, luce a primera vista como un triunfo de las redes de corrupción e impunidad imperantes. Y así­ lo celebran y disfrutan. Pero se engañan. Jiménez sale por la puerta grande, mientras ellos se encierran en la buhardilla del miedo y la preocupante certeza de que un dí­a, cada vez menos lejano, serán sentados en la banca de los culpables y serán sometidos al merecido castigo de una nueva justicia que ya asoma en el horizonte. Los tiempos están cambiando y cada dí­a la sociedad hondureña se vuelve más informada, más crí­tica, más vigilante y más propositiva. La hora de los corruptos no es la misma que marca el reloj de nuestra historia moderna. El doctor Jiménez lo sabe y por eso se marcha con la frente en alto, con la tristeza noble de no haber cumplido totalmente su tarea histórica, pero con la certeza de haber hecho todo lo posible por devolverle a nuestro paí­s un poco siquiera de la justicia y la dignidad perdidas.

¡Buen viaje, doctor Jiménez y los colaboradores que lo acompañan! En nombre de mi paí­s, le doy las gracias y el abrazo fraterno de un hondureño agradecido y satisfecho por su labor realizada. ¡Hasta pronto, amigos!

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Víctor Meza
Víctor Meza
Escritor y catedrático hondureño; columnista, politólogo y analista de la realidad latinoamericana

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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