viernes, 12 abril 2024
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Acuerdos a gogó y el mito de Sísifo nacional

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La Ley de Amnistía de 1993 fue la cobija ocultadora de ignominias y si hoy existiese una voluntad expresa de cicatrizar viejas heridas se abrirían nuevos procesos contra asesinos y secuestradores

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Por: Gabriel Otero

Ni que decirlo. La guerra civil salvadoreña fue cruenta y lugar común para amenazar a los incautos que no la vivieron, ya hay cuando menos un par de generaciones de coterráneos que la perciben igual de lejana que el meteorito que extinguió a los dinosaurios.

Y en estos días abundan los leads descriptivos que los Acuerdos de Paz en el Salvador finalizaron un conflicto armado que duró oficialmente de 1980 a 1992 con un saldo de más de 80 mil muertos, palabras más o palabras menos, la repetición ad nauseam y sin variar de lo mismo.

¿Para qué engañarnos? Nuestros Acuerdos de Paz se quedaron a un nivel enunciativo, primario y básico, fueron una carta de intenciones, carentes de la búsqueda de lo esencial: la aplicación de los valores de la justicia, verdad y equidad piedras angulares y refundacionales de cualquier país.

La herencia y malquerencia visible fue una clase política multicolor que se perpetuó durante tres décadas ordeñando el presupuesto en trienios y quinquenios, porque siempre reinventaron la manera de quedarse, se comportaron igual que las bailarinas a gogó intentando animar el sistema democrático cual discoteca sesentera.

Y siempre se cacareó que los Acuerdos tuvieron una índole política sin superar ese discurso y que a la larga simbolizaran las migajas de un suceso, la reconciliación de unos pocos que se sentaron en la mesa y el sacrificio de las mayorías silenciosas que solo miraron.

La Ley de Amnistía de 1993 fue la cobija ocultadora de ignominias y si hoy existiese una voluntad expresa de cicatrizar viejas heridas se abrirían nuevos procesos contra asesinos y secuestradores y se dejaría consultar archivos para hilvanar historias individuales y colectivas cuyo dolor se siente como el día en que ocurrieron.

Pero esas son diminutas omisiones en pro de la gobernabilidad porque al momento ningún gobierno en treinta años se ha atrevido a darle la cara a sus ciudadanos y sus demandas de justicia.

Y es de lamentarse que todo en El Salvador referente a los Acuerdos de Paz no ha rebasado el adjetivo de “incipiente”, ojalá se desdibuje el mito de Sísifo nacional y se dejen atrás los complejos de pequeñez.

Que así sea.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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