domingo, 6 octubre 2024
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Acapulco de mi corazón, segunda parte

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No te recomiendo ver alguna cremación, los muertos tienen una breve resurrección por el calor de las flamas azules: Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

LA CREMACIÓN DE LEV DAVIDOVICH BRONSTEIN

El cadáver parecía que estuviera vivo, se hincaba, se levantaba, las llamas casi lo hacían levitar, se escuchaba un chirrido, fue impresionante, el efecto del fuego en el crematorio nos desconcertó a todos, yo estaba con unos amigos, era el suceso del momento, tu padre, siempre ha tenido muchas amistades, ya te lo he dicho, la riqueza de la amistad es incalculable, yo era muy joven, y por mi trabajo me fui ganando el respeto de todos.

Me había invitado el jefe del sector del centro de la policía, al que llamaban Centurión, esos eran uno de mis tantos aliados, debía tenerlos tranquilos y de mi lado, yo vivía en un hotelito cercano a la avenida de San Juan de Letrán, ahí conocí a tu mamá, creo que ella ya te lo ha contado, siempre ha sido una mujer encantadora y maravillosa, pero me estoy desviando de la anécdota, la ciudad, me deslumbró, siempre había algo nuevo por descubrir, entonces, era la primera vez que yo asistía a una cremación.    

Para serte sincero, cabezón, yo no tenía ninguna razón para estar ahí, lo único que sabía es que al muerto lo habían asesinado con un piolet, el tal León Trotsky, uno de los personajes principales de la Revolución Rusa que desde hacía unos años se había exiliado en el Distrito Federal, con la autorización del Tata Lázaro, en una casona de Coyoacán, antes pasabas sobre el Río Churubusco para llegar a Coyoacán, una zona maravillosa llena de árboles centenarios, en cuyo atrio de la iglesia se había estrellado Victoriano Huerta, el chacal, el mismo que asesinó a Madero y a Pino Suárez.  

Mi amigo, David Carrillo, el caricaturista y pintor del cuadro de los perros cazadores, el que está colgado en una de las paredes del comedor, vivió un tiempo en la calle de Francisco Sosa, a unas diez cuadras de la calle de Viena, donde se ubicaba la residencia de Trotsky, que dicen que anduvo de amoríos con Frida Kahlo, pintora y esposa del muralista Diego Rivera, el sapo era talentoso y se cotizaba muy bien en esos años, iba y venía de Estados Unidos, fue un escándalo cuando borraron su mural en el Rockefeller Center.         

Stalin era un asesino de masas, yo no sé cómo tiene tanto admirador entre los dirigentes y militantes izquierdistas y más en Latinoamérica, aunque es de esperarse que el color verde de la lana sepulte las convicciones, sino que les pregunten a los secuestradores de Regalado Dueñas, uno de ellos, ¿sí sabías? desapareció con el dinero, ese caso también fue muy famoso. 

A Trotsky lo despidieron más de trescientas mil personas, fue una afrenta que lo hayan matado en México, meses antes hubo otro atentado en el que resultó ileso de milagro, eran épocas difíciles, yo para andar seguro tenía un par de pistolas, una 45 con sobaquera y una tres 57 guardada en una maleta para lo que se ofreciera, te aclaro que nunca las use, más por pereza que por ganas, si sacas una pistola es para usarla.

Buena parte de mi tiempo debía estar en Acapulco, trasladarse para allá era como ir en diligencia, eran horas y horas, veías las nopaleras imponentes, y el asesinato de Trotsky repercutió en el negocio, las aduanas se pusieron durísimas y revisaban los cargamentos de penicilina como si fueran drogas, unos meses estuvo rudo, pero al final todo tuvo su cauce y se relajaron los agentes.

Nunca voy a olvidar la cremación de Trotsky, no te recomiendo ver alguna, cabezón, los muertos tienen una breve resurrección por el calor de las flamas azules, no son ilusiones ópticas, es como si quisieran entrar al cielo o al infierno caminando.

Aún muertos nos aferramos a la vida. 

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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