Hablaba en el artículo anterior de la falta de firmeza que los abuelos suelen tener en el manejo de la educación de los niños. Por una parte, el aferrarse a la vida, simbolizada por esos nietos que tienen bajo su responsabilidad, les hace ser consentidores; y por otra, tienden a actuar con cierta debilidad, como padres “comodones”. Debido al cansancio físico y psicológico que se acumula con la edad, necesitan un mayor esfuerzo para asumir esa responsabilidad que ya no debería corresponderles. Les es más difícil poner límites adecuados en el momento adecuado, y mantener firmeza en ellos, porque ello supone un stress que frecuentemente tratan de evitar, tanto más cuanta más edad tienen.
Por todo ello, no es tan fácil que los abuelos sean excelentes educadores y padres ideales. Sin embargo, cuando asumen esa responsabilidad suelen tener una conciencia de la misma superior a la que suelen tener la mayoría de padres, especialmente de los muy jóvenes; y esa conciencia, así como la buena voluntad que suelen mostrar por todo aquello relacionado con sus propios hijos, les convierte en sustitutos muy válidos; mucho más que unos padres poco conscientes de su propio rol, y, por supuesto, que cualquier otra persona ajena o institución.
Por otra parte, conviene siempre que los niños sean conscientes de su realidad familiar, sin que ello signifique tenerla presente a cada instante. El niño siempre necesita sentir la presencia de unos padres que le transmitan afecto, que le eduquen, que le den seguridad, aun cuando éstos no sean los padres biológicos; y tiene cierta tendencia a llamarles “papás”, en especial si los padres biológicos ya no existen de hecho; y es que los términos “papá o mamá” para él lo son todo; no simplemente alguien que le dio la vida; y es lógico que tan grandes palabras se las dedique a quienes habitualmente se entregan a él.
Esto no supone inconveniente siempre que el niño sea consciente de que, en realidad, son sus abuelos. Si los padres biológicos existen, y están presentes al menos de vez en cuando, es lógico que reclamen ser los destinatarios de la palabra “papá o mamá”, pero en tales casos, deben comprender, sin molestarse, alguna posible confusión al respecto en el niño, de modo que se dirija a sus abuelos como si fueran sus padres.
Por último, una reflexión. Es frecuente que los padres biológicos no tengan su vida planificada. Es frecuente también que si la planifican lo hacen de modo que sus prioridades sean el éxito económico y profesional. En cualquier caso queda poco o ningún tiempo para dedicar a la atención de los hijos, y delegan esta tarea en otras personas. Los niños no necesitan simplemente alguien que les cuide; necesitan padres que se hagan presentes, que ejerzan como tales. Se puede elegir entre tener hijos o no, pero si se tienen, entonces deben ser prioridad. Si es imprescindible recurrir a alguien, los abuelos mejor que nadie, pero el abuso de este recurso ni es justo para los abuelos, ni tampoco para los nietos.