Consideremos la historia como una pared a la que llamamos proceso. Los “hechos históricos” vendrían a ser como los ladrillos de dicho muro. Nuestro presente se alza sobre el mismo con la consistencia que pueda darle dicho pasado. Ésta se pierde, como lo hacen las paredes en caso de movimiento sísmico, si relativizamos la firmeza de esos “hechos del pasado”. La muralla se mueve y ondula, como en caso de terremoto, si cuestionamos esos “ladrillos fácticos”.
¿Qué pasaría si lo que pasó no hubiera pasado y en su lugar hubiera pasado lo que no pasó? Dicho de otro modo, si cuando la señora historia dobló la esquina, en vez de hacerlo hubiese mejor seguido recto. ¿Dónde estaríamos ahora? ¿Qué tan diferentes serían las cosas? ¿O qué tanto todo sería similar?
Graves interrogantes que me formulaba yo este viernes 15 de septiembre, mientras veía pasar una parte del desfile patriótico. Unidades militares de uniforme, tropas a caballo, tanquetas, ambulancias de la sanidad militar y lanchas rápidas de la Fuerza Naval, avanzaban bajo el sol inclemente. Les aplaudían a la par mía unas señoras emocionadas. Numerosos ciudadanos, contentos y entretenidos, tomaban fotos sin cesar.
El problema de fondo del país sigue siendo superar la dependencia, pienso yo, por lo que contemplaba todo el jolgorio con ojos algo más críticos
Si los criollos de la época juzgaron demasiado peligrosa la declaración de independencia “caso de que el pueblo la proclamase por sí mismo”, la hipótesis de que hubiesen podido decidir mantener su lealtad a la corona española – y mantener el orden que por tres siglos les había dado de comer y enriquecido– no me parece tan descabellada. En el Virreinato de Nueva España (México y Centroamérica) no tuvo la independencia visos de revolución, como sí los tuvo en Río de la Plata (Buenos Aires) o en Nueva Granada (Venezuela, Colombia y Ecuador). Más bien todo lo contrario. Fue el temor ante la situación inédita del rey borbón forzado en 1820 a jurar la Constitución liberal de Cádiz, que despertó el ansia criolla por cortar amarras y navegar por cuenta propia.
De no haberse dado la independencia todo sería distinto. Pero no tanto. Algunos cambios obvios no son de tanta importancia: en lugar del día feriado cada 15 de septiembre, la vacación sería el 12 de octubre. No tendríamos el dólar americano, tampoco el colón salvadoreño: circularía el euro. Habría acuerdo de libre comercio con Europa y otro con Estados Unidos (como ya los tenemos). Tendríamos buena parte de la población viviendo fuera del país. Pero como ciudadanos de segunda, como indocumentados o solicitantes de asilo. Una proporción grande de la población saldría fuera buscando “el sueño europeo” pero topándose con una pesadilla. Y todos llorarían al escuchar las notas de El Carbonero, sintiendo la nostalgia por las pupusas, los tamales y los churritos
Es que uno, de pobre, no lleva la patria en el corazón. La llevamos, pero en el estómago.