Evidentemente, hay un problema con la asamblea legislativa y la ética de bastantes diputados que han aprovechado su condición para hacer negocios. Evidentemente, los sueldos de los diputados y sus privilegios suponen un agravio comparativo en un país con sueldos miserables y con una hemorragia de vidas permanente. Todo esto verdad. Lo falso es creer que los grandes dilemas del país se resolverían por arte de magia con una bajada de sueldos generalizada en la asamblea legislativa. Los problemas del país tampoco se resolverían si pudiésemos contar con un ejército de políticos eficaces y honestos.
Evidentemente, una política más ética y racional es necesaria para resolver ese gran rompecabezas en que se ha convertido nuestro pequeño país. Pero un avance en ese terreno solo clarificaría una variable de una ecuación compleja que no hemos sido capaces de resolver en toda la existencia de El Salvador como nación libre. Junto al eterno desafío de construir una democracia verdadera, nuestro problema central y más difícil de remover continúa siendo el de una economía incapaz de generar empleo, el de una economía con unos desequilibrios distributivos enormes.
No es papá gobierno el único gran culpable de lo que ahora está pasando. Si hubiese que sentar en el banquillo de los acusados a los responsables de lo que hoy nos sucede, habría que someter a juicio a este modelo de sociedad que es una máquina de expulsar población, a este modelo de sociedad que tritura a sus ciudadanos, a este modelo de sociedad que se ha tragado el futuro, a esta sociedad que se ha convertido en una máquina de parir monstruos.
Con esto no pretendo exonerarnos de nuestras responsabilidades personales y colectivas. La actual situación que vivimos representa un nuevo fracaso para el conjunto de las elites económicas y políticas salvadoreñas. Las elites oligárquicas salvadoreñas, esas elites que presumen de ser nacionalistas, confunden el nacionalismo con la defensa de sus intereses gremiales. La pasividad estratégica que han demostrado en esta crisis que ya dura veinte años revela que no van a mover un dedo mientras sean pobres las principales víctimas de la violencia social y mientras la muerte diaria de los pobres suponga una perdida mínima en la gran máquina de hacer dinero.
Evidentemente, la izquierda burocrática también ha fracasado, tal como antes había fracasado la derecha. Pero el fracaso del FMLN resulta más doloroso en la medida en que esperábamos de él un proyecto y una salida para los callejones sin salida del país y lo que nos hemos encontrado en su forma de gobernar es una línea de continuidad con la vieja cultura política. Muchos dirigentes del FMLN se han convertido en aquello que odiaban hace treinta años. Así que ahora podemos sumar a la izquierda oficial en el cuadro del gran fracaso de las elites salvadoreñas.
Los intelectuales también tenemos nuestra cuota de responsabilidad en lo que está pasando en la medida en que no hemos sabido construir una esfera de inteligencia crítica donde se discutan con lucidez los problemas del país, a cierta distancia de los intereses partidistas y las posturas doctrinarias. No solo eso, en algunos casos a los intelectuales no nos ha importado acomodarnos institucionalmente para convertirnos en actores del bullicioso circo de una cultura enajenada.
Lo que nos está pasando habla mucho y mal de una sociedad civil que hasta ahora ha permanecido de brazos cruzados mientras observaba como los leones se multiplicaban y se comían a otros. Esa sociedad civil también ha metido la cabeza en el agujero mientras la mancha de la violencia se extendía. A estas alturas, el problema nos sobrepasa a todos y ya no podemos esperar que un profeta o un líder milagroso vengan a salvarnos. No sé cómo vamos a escapar de esto (dejando al margen a los que siempre creen que la única respuesta posible es un gran baño de sangre), pero cualquiera que sea nuestra manera de salir de la actual tragedia colectiva, únicamente podremos conseguirlo si logramos convertirnos en comunidad.