sábado, 13 abril 2024

Vivir sin miedo, homenaje a Eduardo Galeano

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Cada día miraba y comentaba al desayuno la prensa española con Helena. No podía despegarse de Canet de Mar, de aquella España que nacía torpemente a la democracia a principio de los años ochenta en la que sufrieron el largo exilio

Las doce de la noche en Barcelona. Me estaba preparando para ir a dormir pero sonó el teléfono. Era Helena, con voz alegre y una energía arrebatadora: “Vamos Pablito, vamos con Dudú a la Plaza de Catalunya”. Habíamos estado todo el día de arriba para abajo. Eduardo había recibido el premio Vázquez Montalbán de la asociación de periodistas catalanes y acababan de salir de la cena oficial. Allí estaban, esperándome en una esquina de las Ramblas, felices y contagiados de la mística que encendió el 15M en España en aquel hermoso mes de mayo de 2011. Llegamos a la acampada. Yo venía de visitar algunas, juntos habíamos estado en la de Madrid en Sol. Pero aquella noche Barcelona estaba linda, cálida. Sonaba la música y la gente no paraba de llegar como si fuera fiesta. Las tiendas de campaña se habían multiplicado y ahora grandes lonas generaban estudios de radio, de televisión popular, centros de prensa, puntos de información y debate. Busqué a mis amigos para que grabaran algunas palabras de Eduardo. El vídeo en pocas horas fue visto por decenas de miles de personas y Eduardo dijo “Este es un mundo diferente, va a ser un parto difícil pero este mundo está latiendo en el otro y aquí lo reconozco. No me importa lo que pasará mañana, eso no importa, me importa lo que está pasando hoy”. Y vi en sus ojos algo que yo, más o menos joven, partícipe de aquello, no tenía ya, no tengo: una inocencia y una alegría limpia que en algún momento dejé arrojada en la cuneta de mi infancia. Un entusiasmo casi inocente por lo pequeño, por los gestos tapados por la rutina. Aquella noche brindamos como en fin de año, reímos, porque al menos en esos momentos regresó la alegría de vivir sin miedo.

Cada día miraba y comentaba al desayuno la prensa española con Helena. No podía despegarse de Canet de Mar, de aquella España que nacía torpemente a la democracia a principio de los años ochenta en la que sufrieron el largo exilio. Allí se encontraron con Pilar, Oriol, Antonio… Cuando llegaron a Cataluña también fueron otros exiliados, los del hambre, los andaluces emigrados, los que mejor le acogieron. Los vecinos obreros y pobres que empujados hacia el norte rico también añoraban sus lugares y sus gentes. De allí salieron muchas historias de sus libros. Cuando podía, atrapado en sus viajes a España por conferencias y presentaciones, se escapaba al sur, especialmente a Cádiz.

En esas seguimos Eduardo

El verano anterior decidí viajar a Montevideo a realizar un estudio sobre las cooperativas de viviendas y Eduardo y Helena me abrieron para siempre las puertas de su casa. Tomé un taxi desde Carrasco a Malvín. Y allí estaba yo, un tanto perdido, con algo de miedo y respeto. Respeto que aumentó cuando delante de su puerta pude leer un cartel que decía Cerrado por fútbol. Era el Mundial de Sudáfrica de 2010. Allí viví la fiesta del futbol que es Uruguay y que especialmente era su casa. Allí vivimos los cuartos contra Ghana, la atajada de Suárez en el 120, el penal del Loco, y Eduardo apretando en la mano su frágil corazón mientras el balón volaba como un globito hacia el fondo de las redes. Días después sentí que España salía campeona en el mejor estadio del mundo, su casa.

Como casi todas las tardes de ese mes de julio, Eduardo se acercaba a buscarme a la mesa del salón. Eso significaba calle. Colocaba en su cinturón sus bolígrafos alineados como pequeños combatientes, escondida en la chaqueta su libretita. Se preparaba por si las historias fueran a surgir en cualquier esquina. Repetía muchas veces los mismos caminos pero siempre iba preparado, atento a lo extraordinariamente pequeño. Se detenía con los ojos de un niño a mirar el vuelo de una hoja al caer, el color de una flor silvestre que surgía de una grieta en el asfalto, las manos de una anciana. Nunca perdió el interés por lo pequeño, por la humilde belleza.

Andábamos hacia la rambla de Montevideo y, en aquellos paseos, pudo contarme una única historia para lo que utilizó muchas horas, muchos días, múltiples relatos, cuentitos, amargos y dulces. Todos para contarme una única historia. Me contó, entre paso y paso, que las historias más extraordinarias se quedan siempre escondidas en el refugio seguro de la alegría.

Un día, pisando ya la arena, junto a lo que él llamaba mar y Helena río, a la altura de Malvín, un hombre mayor se acercó a Eduardo. Parecían familia, amigos desde la infancia, por cómo se miraban. Pero no se conocían. Y el hombre, agarrando con sus manos ancianas los hombros de Eduardo, le dijo con una hermosa sonrisa “No te mueras nunca”.

Seguimos paseando, en silencio ya, un buen rato. Eduardo se paró y me dijo con su media sonrisa “Es hermoso que me digan eso”.

Eduardo Galeano (3 de setiembre de 1940 / 13 de abril de 2015) fue despedido por todo el pueblo uruguayo. Miles de personas pasaron por el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, la misma sala que despidió a su entrañable Mario Benedetti seis años antes. Eduardo, poco dado a palacios y salones relumbrantes, seguro que no vio mal que aquel 14 de abril, en el que el pueblo uruguayo pasó a despedirle, se conmemorara el día de la II República en España, una de sus muchas segundas patrias, ciudadano de muchos rincones del mundo.

Tiempo después, un puñado de amigos y Helena nos reunimos e hicimos el paseo diario de Eduardo. Entre los árboles de su barrio de Malvín, bajando hasta la Rambla, pisando la arena y mojando nuestros pies en el agua. De vuelta a casa nos paramos en uno de sus lugares favoritos, la pizzería Los Olímpicos, lugar humilde, callejero, donde según él hacían las mejores fainás (1) de todo el Uruguay. Y en ese pequeño rincón de su barrio, cuando el día se escapaba y las luces se encendían tras las ventanas de la calle, pudimos brindar por la alegría, por todo aquello que nos dejó. Y con la mirada, sin decirnos nada, nos comprometimos a cuidar su enorme legado. Y en esas seguimos Eduardo.

Publicado (en parte) por el semanario uruguayo Brecha el 17 de Abril de 2015 en una edición especial dedicada a Eduardo Galeano.

NOTA:

(1) La fainá, de origen genovés, se elabora con harina de garbanzos, aceite, agua, sal y pimienta negra molida.

(*) PABLO RABASCO. Profesor de la Universidad de Córdoba / Asociación de Amigos de Eduardo Galeano 

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