viernes, 12 abril 2024

¿Vivir o no vivir?: de la depresión al suicidio

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Se trata de depresiones que pasan incluso inadvertidas, pero de repente cobran una fuerza inusitada y se convierten en severas e insoportables

Hace unos dí­as leí­a el caso de una mujer salvadoreña en Texas que mató a toda su familia y luego se suicidó. También veo con frecuencia que en Japón el suicidio es una de las causas principales de muerte, con una tasa de 16.7 suicidios por cada 100,000 personas. Es más, quien haya visto la pelí­cula Sea of Trees, protagonizada por Matthew McConaughey, recordará que está ambientada en el tristemente famoso "Bosque de los suicidas", un lugar en las faldas del Monte Fuji, Japón, donde los japoneses acuden resignados a quitarse la vida.

La pregunta que surge es, ¿qué motiva a la gente a quitarse la vida? Pues depende. A menor edad, como en niños y hasta a prepúberes (11 o 12 años), aun no tienen una idea clara y definitiva de la muerte. Lo ven como algo pasajero y pueden suicidarse por imitación, motivados por cierta tristeza o por manipulación. Con los adolescentes suele suceder por reacciones en cortocircuito, las cuales son decisiones poco meditadas e impulsivas. Tanto en niños como adolescentes, la razón más frecuente es la desesperanza.

En el caso de los adultos, los casos de suicidio o intento de suicidio son provocados por la depresión. Se trata de depresiones que pasan hasta inadvertidas, pero de repente cobran una fuerza inusitada y se convierten en severas e insoportables. Este fenómeno, curiosamente, se da con más frecuencia en paí­ses desarrollados, y uno de ellos, como se mencionaba antes, es Japón. Y es que en esos paí­ses la expresión verbal o escrita ante los problemas es mal vista, por eso la gente reprime esas sensaciones. Allí­ no se usa  el gesto tan latino de quejarse, lamentarse y hasta llorar con otros sobre nuestras problemáticas. Esto es muy palpable en la cultura japonesa. Ese malestar lo absorbe uno mismo, no se descarga, y puede desencadenar en una crisis con consecuencias letales.

Por eso, lo ideal es sacar de nosotros aquello que nos molesta, y de preferencia, encontrar la forma de manejarlo. Idealmente, lo más recomendado es tratarse con un profesional, ya que eso nos garantiza confidencialidad y profesionalidad a la hora de encontrar soluciones. Pero para eso uno tiene que ser consciente del problema que sufre, de lo contrario jamás se tratará con un terapeuta, psicólogo o lo que fuere. Algunos pueden pensar que la religión, y especí­ficamente la Iglesia Católica, puede ser una tabla de salvación en paí­ses como el nuestro porque la Iglesia está en contra del suicidio. Pero no siempre es así­, porque a una persona desesperada, y más aun en depresión, nada la detendrá.

Es difí­cil detectar a un suicida en potencia, pero si en la familia hubo alguien que se quitó la vida, sin duda puede encajar en ese perfil. Lo mismo las personas con una irremediable tendencia a entristecerse, con muy baja autoestima, ví­ctima de abuso, y también aquellos con pocos recursos mentales y sociales. Si a ese cóctel que vuelve a las personas tan vulnerables le sumamos las corrientes de pensamientos nihilistas del tipo “la vida no vale la pena” que circulan por Internet, el peligro puede ser grande.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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