Leyendo un Informe mundial sobre la violencia y la salud de la Organización Mundial de la Salud (OPS) del 2002, me encontré un hermoso prólogo escrito por Nelson Mandela, quien hablaba sobre las marcas profundas de violencia que nos dejó como humanidad el siglo XX, recordando como las nuevas tecnologías de ese momento fueron utilizadas para generar una ideología de odio y las repercusiones que esta tuvo.
Así como las violencias menos visibles, pero más difundidas, las que arrastran tras de sí un legado de sufrimiento, este que es individual y cotidiano, el que infringimos a nuestros semejantes día a día: golpes y palabras duras a nuestros hijos e hijas o pareja, ofensas a nuestra hermanos y hermanas, menos precio a nuestros compañeros y compañeras de trabajo y así muchas más manifestaciones de poder.
Mandela menciona algo muy duro “las víctimas aprenden de sus agresores y se permite que perduren las condiciones sociales que favorecen la violencia”, ningún país, ciudad, persona es inmune, pero estamos inertes ante ella.
Madiba, como también era conocido en su país, Sudáfrica, menciona que “la violencia medra cuando no existe democracia, respeto por los derechos humanos, ni una buena gobernanza”. Es así como se gesta una “cultura de violencia”, donde estos comportamientos están más difundidos y generalizados cuando las autoridades respaldan el uso de violencia con sus propias actuaciones, desbaratando la esperanza, y por ende el desarrollo de las sociedades.
Justamente me recordé de la situación en nuestro hermoso país, donde desgraciadamente nos hemos acostumbrado a convivir con la violencia a diario, asumiéndola como una condición natural, humana. Según la Policía Nacional Civil (PNC) entre el 1 de enero al 31 de agosto del 2018 se registraron 2,365 muertes violentas. Al desagregarlas, se vislumbran 288 casos de feminicidio, una cifra que a simple vista puede ser mínima en comparación de las globales, pero si contamos con la saña con la que fueron ejecutadas cada muerte y las repercusiones en las familias y la sociedad, nos llena de espanto, luto y dolor.
Pero Mandela menciona en este informe casi perdido por el mar de información en internet y la imperante necesidad de actualización de los datos, que la violencia es posible prevenirla, que es necesario reorientar por completo la cultura, que existen ejemplos en todo el mundo de cómo contrarrestarla.
Sin duda, hay que actuar ya. Les debemos una vida sin violencia ni temor a nuestras hijas e hijos, el cual para garantizarlo es necesario reforzar el trabajo conjunto del Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) en pro de los Derechos Humanos. Pero insisto, no es un tema solo de las instituciones, sino de todos los sectores de la sociedad, debemos ser incansables en los esfuerzos por lograr la paz, la justicia y la prosperidad no solo para nuestras familias, sino, para nuestra comunidad. Mientras asumamos nuestra responsabilidad, solo entonces, transformaremos el futuro donde otro El Salvador sea posible.